Victoria, al llegar a su apartamento, se encontró con Marcela —la madre de los Castillo— y con Andrés, que estaba junto a sus hijas. Se molestó de inmediato y mandó llamar a las empleadas que se encontraban en ese momento.
—¡Ustedes no pueden dejar entrar a nadie en este apartamento! ¡Siempre les recalqué por qué no se puede! —exclamó, furiosa.
—La señora es conocida por el personal de seguridad del conjunto. Además, dijo que era la abuela de las niñas —respondió una de ellas, intentando justificarse.
—Sí, es cierto que la conocen, pero la orden era clara: no dejar entrar a nadie. Y esa orden debía cumplirse —replicó Victoria con voz firme, visiblemente enojada.
—Yo soy la abuela de las niñas, y ese derecho de verlas no me lo vas a quitar tú —intervino Marcela, con tono desafiante.
—Madre, por favor... es mejor que regresemos a casa —dijo Andrés, un poco apenado por la situación.
—Sí, vámonos, pero mañana regresaré muy temprano para ver a mis niñas —añadió Marcela, mientras salía con