Capítulo 1

Llevo más de media hora esperando a que mi tía aparezca en el aeropuerto, afuera no estaba nevando pero la gélida brisa del invierno calaba en los huesos y me obligaba a estremecerme. Veo a la gente pasar y trato de imaginarme cómo es su vida, o los problemas que los aquejan día con día. A lo lejos, a unos cuantos metros de mí, hay una pareja joven reencontrándose, no puedo evitar realizar una mueca de desagrado cuando ella no deja de parlotear que lo ama y él, de exagerar con falsas promesas de amor eterno.

Era como estar viendo la escena cliché de una película con muy mal presupuesto y una tirada de actores poco famosos.

“Pero tú hubieras dado todo porque Karlo te viera de ese modo”

Apago la estúpida voz de mi cabeza, tenía veinticuatro años, no todo estaba perdido, había tenido que dejar la universidad para poder solventar mis gastos, y estudiar en línea siempre fue la mejor opción para mí. Tenía un empleo del que no pensé que me traería tantos problemas, y de estar en la cima del mundo, terminé sin empleo, sin novio, con la reputación por los suelos y con la dignidad barrida.

—Maldita sea —chasqueo la lengua.

Me encontraba más allá de exhausta, tenía hambre y necesitaba de un buen baño con agua caliente, dormir y refrescar mis ideas. Intento esperar paciente durante cinco minutos más hasta que decido dar por hecho que mi tía se ha olvidado de mí, ella era la persona más dulce del mundo pero si de memorizar o recordar cosas se trataba, era un completo desastre. Agarro mi maleta y decido tomar un taxi directo a su casa, cuando mi teléfono móvil comienza a vibrar dentro de mi bolsillo.

Observo la pantalla y pongo los ojos en blanco mientras el señor del taxi, amablemente me ayuda a subir mi maleta.

—Cariño, siento no haber ido por ti al aeropuerto —dice la tía Nora mientras subo—. Estoy en el hospital.

—¿Estás bien? Voy para allá —argumento con prisa.

—Oh, no cariño, yo estoy bien, solo he pasado a visitar a un amigo del bingo, lo operaron de emergencia y estoy de visita —me informa con su típico tono dulzón, uno que me provoca no poder enfadarme con ella.

—Vale, entonces iré a casa y…

—Mejor vienes al hospital, la despistada de tu tía ha dejado la cartera en casa, me puedes prestar dinero y en cuanto lleguemos te lo pagaré.

Subo al taxi y le pido que me lleve al único hospital de la zona.

—Tía, todo va bien, no te preocupes por el dinero, no es necesario.

—Tonterías, te espero acá, mi amigo te quiere conocer —finaliza y me cuelga sin decir nada más o darme tiempo de aceptar.

—Ok.

Suelto un largo y tedioso suspiro. Mientras recorremos las calles cubiertas por una fina cubierta de nieve, los recuerdos del pasado no tardan en abordarme y siento una opresión en el pecho. Estar aquí en Alaska no era una opción, no cuando aquí estaba él.

Al llegar al hospital siento que las piernas me tiemblan, hacía años que no pisaba aquel enorme edificio blanco que hacía contraste con la nieve, en especial porque siempre esta clase de lugares me dan cosquillas en el estómago. Entro y me dirijo a la recepción, pregunto por mi tía, la cual cabe destacar que era conocida por todo el pueblo de Alaska, a más de que prácticamente era rica, dueña de varios locales del lugar, lo que me facilitaría encontrar un buen trabajo.

La enfermera luego de checar y pedirme algunos datos, me indica la habitación a la que debo dirigirme, camino y al llegar casi resbalo con una especie de goma que suelen usar los niños de preescolar.

—¡Cariño! —Tía Nora me recibe con los brazos abiertos, para después repasar mi cuerpo al completo sin timidez—. Pero mírate, eres toda una mujer. Estoy segura que robarás más de un corazón aquí. ¿No te parece Roger?

El anciano tendido en la cama me mira y en su arrugado rostro se le dibuja una enorme y extraña sonrisa que va de oreja a oreja.

—Por supuesto, si fuera cuarenta años más joven y si tu tía no fuera mi amiga, haría mi lucha contigo —ríe el anciano.

—Viejo rabo verde —bromea mi tía.

Pasé la siguiente hora escuchando cosas que me aburrían pero que por educación prefería aparentar que me entretenía en demasía lo que hablaban. Hasta que tuve que ir al sanitario.

—Cariño, te vez con mala cara —tía Nora toca mis mejillas como solía hacer cuando enfermaba.

—Debe ser el jet lag, no sé —me pongo de pie, si no escapaba aunque sea solo unos minutos, acabaría asfixiándome. 

—Necesito ir al baño, no tardo —me disculpo con una amable sonrisa.

Mi tía me ignora y extrañamente observa la hora en su reloj de mano, parece impaciente por algo, un brillo de malicia se aloja en sus perfectos ojos y creo que se ha vuelto loca cuando mis ojos viajan hacia uno de los sillones en donde estaban sus cosas estratégicamente colocadas, con mirada adusta me doy cuenta de que me ha mentido al ver su cartera asomándose por su bolso café. Ella sigue la dirección de mi mirada y el color rojo aflora en sus mejillas.

—Que torpe soy, yo, creí haber dejado mi bolso cariño —miente, lo sé porque llevaba media vida conociéndola.

La pregunta aquí era… ¿por qué la insistencia en que viniera al hospital?

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