Al escuchar las palabras de su secuaz, Lucas, finalmente esbozó una amplia sonrisa en las comisuras de sus labios. Estaría muy feliz siempre y cuando Miguel perdiera su reputación ante Carolina.
—¡Oye, Miguel! ¿Por qué te quedas solo en este rincón? —se adelantó el muchacho mono.
—No puedo beber, de