El pequeño movimiento de Brooke fue como un rayo de esperanza en medio de la tormenta. Por un instante, Enzo creyó que despertaría, que abriría los ojos y lo vería. Pero no sucedió.
Los médicos lo llamaron una respuesta involuntaria, un signo positivo, pero no una garantía. Su cuerpo aún necesitaba recuperarse.
Enzo permaneció a su lado hasta que la madrugada lo encontró con la cabeza apoyada en la cama, su mano aún aferrada a la de Brooke.
—Despierta, amore mio… —susurró en la penumbra—. No me hagas esperarte tanto.
Pero Brooke no respondió.
La mañana llegó con una calma extraña. Uno a uno, los demás comenzaron a retirarse. Robert y Melanie se marcharon con la promesa de volver en cuanto pudieran. Sophie, aunque reticente, aceptó irse a descansar, no sin antes dejar un sinfín de planes sobre compras y decoraciones para la bebé. Vittorio y Alessia también se fueron, aunque no sin miradas de advertencia hacia Enzo, como si temieran que él mismo se desplomara.
Finalmente, quedó so