La Esposa del Lobo Negro
La Esposa del Lobo Negro
Por: Amapola Sunrise
I - Ceremonia Nupcial

Querida L.,

Perdona que tardara tanto en enviarte una respuesta y que te ruegue ahora que te prepares con premura; no soporto más esta situación y, aunque lo intenté, debo darme por vencida. En los próximos días A. irá al pueblo y te llevará lo acordado, luego espera mi llegada a cualquier hora de la noche. Te veo pronto si no he muerto antes.

Con amor, R.

Octubre, 1721

***

—¿Qué edad tiene? ¿Es virgen? —preguntó el extraño con una voz profunda y una mirada dominante que la redujo al instante. Era tan alto y tan imponente, con su pelo gris y un porte que gritaba poder en cada movimiento. Se inclinó un poco frente a ella y buscó su aroma.

Regina se aterrorizó, pero su cuerpo no respondió a las alarmas que se encendieron en su cerebro. No entendía nada, su padre la llamó y ella bajó a la sala de estar, ahí se encontró con que tenían visitas, personas que ella nunca había visto.

—Recién cumplió diecinueve. Estoy seguro de que es virgen —respondió su padre al extraño. Ella miró al hombre que la engendró, espantada con la situación. El miedo recorrió su sangre a través de sus venas, su espalda sintió un frío gélido y se quedó muda. No quería que sus pensamientos fueran hacia un lugar equivocado, pero no podía evitar preguntarse qué era lo que su padre estaba haciendo.

—¿Y esta otra? —aquella nariz afilada se dirigió a su hermanita, como un perro en la búsqueda de un hueso. Instintivamente la tomó del brazo, lista para protegerla detrás de su espalda. Sabía lo que significaba—. Olvídalo, demasiado chica. Si tuviera un hijo menor podría hacer un trato contigo por ambas. Me agrada esta —la miró de nuevo a ella con esos ojos verdes intimidantes, capaces de dejarla paralizada.

—¿Pa-padre? —logró tartamudear, buscando una explicación en los ojos de su padre, pero él no la miró, se mantuvo regio y determinado, con la mirada fija en el hombro del extraño sujeto que invadía su casa.

—Regina, ofrece tus respetos a nuestro gran alfa, Pietro Romanov, el lobo negro.

Se quedó helada, el lobo negro estaba frente a ella. La angustia por la conversación pasada le impidió hablar, pero aun así agachó la cabeza en un gesto de sumisión que odió al instante. Ella era una omega, sumisa por naturaleza, y aunque a veces se revelaba y pretendía hacerse la fuerte, sus instintos siempre le ganaban y la hacían miserable. 

—¡Es perfecta! —exclamó el hombre más emocionado—. Tienes un nombre perfecto, niña. Vas a ser una reina. Alecksader estará encantado. 

Regina sintió que se desmayaba porque ya no había dudas de la situación. Su familia era de un linaje ancestral de lobos negros, por algún motivo sus antepasados se desligaron de la realeza y se mudaron de continente, haciendo una nueva vida alejada de los conflictos de las grandes tribus, pero conocedores de sus raíces. Sabía que el lobo negro era el alfa de alfas, el hombre que ostentaba todo el poder sobre las demás tribus del mundo, una especie de rey, y había venido desde muy lejos a buscar pareja para su heredero. Juntar las piezas no era difícil, todas las tribus sabían lo escasos que estaban los lobos negros. El linaje se estaba perdiendo debido a las mezclas, la herencia se diluía y el control del mundo se tambaleaba. Pero su padre era un lobo negro, hijo de un lobo negro, emparejado con una loba negra, y ella y su hermana eran consideradas lobas negras de pura sangre. 

El lobo negro se había ido después y ella pudo rogar y llorar amargamente a los pies de su padre.

—Es un honor, Regina, deberías estar feliz. Todas las chicas de la tribu estarían felices de estar en tu lugar. 

—Pero no quiero, padre. Dile que no, que no me dejas ir, por favor —rogó.

—Sabes que no puedo reusarme. Nadie nunca le niega nada al lobo negro. Además, tu lugar será privilegiado, nunca te faltará nada. Son ricos, ¿sabes? Inmensamente ricos. Nunca más estaré preocupado por tu futuro.

—¿En serio, padre? ¿Crees de verdad que puedes confiar en esa gente poderosa? ¿Que solo estaré bien y ya? Estoy segura de que estaría mucho mejor si me entregas a un alfa pobre de la tribu. 

—No cuestiones mis decisiones, Regina —su voz tronó con determinación, pero ella en lugar de tener miedo se sintió indignada.

—¿Te pagaron? ¿Es eso, padre? —inquirió con el corazón roto y el rostro inundado de lágrimas. Él no respondió y ella negó, decepcionada completamente—. Nunca creí que fueras capaz de algo como esto. ¿Qué pensaría mamá de ti? 

—Te vas mañana, sin objeciones, Regina. Y obedeces, tomarás tus obligaciones sin protestar. Ya es hora de que te conviertas en una loba madura.

—Padre, no quiero casarme con alguien que no conozco —lo miró suplicante, sintiendo que todo se acababa para ella en una abrir y cerrar de ojos.

—La vida no es un cuento de hadas, Regina. Nunca tendrás una oportunidad más grande que esta.

El siguiente día abordó un jet privado, sola y entre lágrimas, con una pequeña mochila apretada a su pecho, donde llevaba fotografías y recuerdos de las personas que más amaba, excepto de su padre. No había podido hacer nada, no pudo hacer nada ni siquiera cuando arrancaron a su hermanita de sus brazos. La incertidumbre se extendía en su futuro más allá del horizonte y tenía miedo porque ni siquiera le quedó tiempo de averiguar quién era el heredero del lobo negro antes de que le arrebataran su teléfono.

*** 

La línea de la castidad, la línea de la lealtad, de la fertilidad y de la obediencia eran las más importantes cuando una mujer se dirigía hacia sus nupcias para prometer devoción, fidelidad y descendencia a su marido ante los dioses. El pincel se movía sobre su rostro y nunca antes fue capaz de quedarse tan quieta. No para que quedara perfecta, sino, porque tal vez así el tiempo pasaría más despacio. Se quedaría tan quieta, sin mover ni un solo músculo, ni una sola pestaña, pero fracasó. Fueron sus párpados los culpables cuando las lágrimas llenaron sus ojos y luego se derramaron por sus mejillas.

—La niña no debe llorar o se correrá la pintura —dijo la mujer que le dibujaba las líneas tradicionales de una ceremonia nupcial. Tragó saliva duramente porque tampoco quería llorar, no porque no le doliera el alma, sino porque no le gustaba mostrar su debilidad a los desconocidos. 

Los dedos de aquella mujer sencilla y curtida volvieron a apretar el pincel sobre su rostro y sintió de nuevo la humedad y el olor fuerte de aquella pintura dorada cerca de la nariz. Se llevó las lágrimas y no hubo más, al menos en ese momento. El espejo estaba enfrente, pero no quería verse, prefería mirar hacia las ventanas abiertas y ver los árboles y soñar que se perdía en el bosque. Todo parecía quieto afuera, pero cuando el sol se escondiera y le diera paso a la luna, ella sería esposa.

—La niña tiene suerte —volvió a hablar la mujer. Ella parpadeó de nuevo y negó un poco para sí misma—. La niña aprenderá a amar. El amo no es malo.

Se interesó por primera vez y buscó los ojos que la miraban.

—¿Lo conoce?

—Claro que sí. El amo es un niño bueno. La vida lo ha golpeado y por eso a veces es duro, pero es bueno. Es bueno, usted puede confiar en mí. 

—No confío en nadie en este lugar —sintió frío al saber que estaba sola, que no podía gritar por ayuda a nadie.

—La niña es una niña inteligente, la niña sabrá en quién confiar —ella dijo como si fuera un secreto y eso le hizo preguntarse si en los demás no debía.

Volvió la mirada de nuevo hacia la ventana y se sintió más abrumada todavía. La incertidumbre de su futuro en ese lugar casi hizo que dejara caer más lágrimas, esta vez sin control. Temblaba, pero no de frío. 

***

Tenía sangre en las manos cuando volvió a su forma humana, completamente desnudo y saciado. Buscó su ropa y la encontró colgando de la rama baja de un árbol. La adrenalina aún recorría sus venas. La caza había sido estupenda y si no fuera porque era tan solo un ritual más de los que debía practicar ese día, seguiría hasta el anochecer. Su semblante cambió al recordar que ese día dejaría de ser un hombre soltero y sin compromisos para convertirse en marido, en alfa de un omega, en el heredero oficial de su padre. En cierta medida odiaba lo que le había tocado, en primer lugar por su hermano, porque detestaba ver en sus ojos la vergüenza de no ser lo que se esperaba que fuera. Sentía que le había arrebatado todo en el mismo momento en que se transformó por primera vez. Y él ni siquiera había podido elegir, así como tampoco elegiría a su compañera. Más que fortuna, parecía una condena.

—Me temo que esta noche tu hembra no tendrá un lobo, tendrá un burro —Se burló Víctor con una sonrisa socarrona en la cara. 

Se suponía que el ritual de caza era para fortalecer la virilidad del alfa. El alfa debía encontrar la fiera más salvaje del bosque y matarla, comer su carne y beber su sangre. Él lo había hecho con el imbécil de su mejor amigo como compañía.

—Debí entregarte como ofrenda al pobre animal —le dijo mientras se limpiaba la sangre de las manos en su camisa blanca. 

—Vamos, tienes que bañarte, apestas a oso en pleno verano.

Alecksander suspiró, la hora se acercaba cada vez más.

—¿Crees que sea hermosa? —preguntó echando a andar solo con el pantalón puesto. 

—Lo es. Un poco escuálida para mi gusto, pero es hermosa —contestó y Alecksander, incrédulo, se giró para verlo.

—¿La viste? ¿Ya la viste? —inquirió impaciente.

—Claro, subí sus maletas ayer que llegó —dijo de la forma más relajada.

—¿Y por qué no me habías dicho? —cuestionó achicando los ojos.

—No lo sé. Pensé que no te interesaría. Además, ¿no rompe los rituales si te cuento cómo es?

—No lo creo, idiota. Quiero saber, dime, ¿hermosa como una zorra o hermosa como un ángel?

Víctor se quedó pensativo. 

—Puede que tenga de ángel, puede que tenga de zorra. A veces las apariencias engañan.

—Descríbela —demandó— ¿Tiene el cabello negro?

—Lo tiene —Víctor asintió—. Le cae lacio hasta abajo de la cintura. Es pequeña, bastante pequeña, como para cargar, ya sabes. Delgada, uum... ya sabes que a mí me encantan las tetas y los culos muy voluptuosos, como para apretar. Ella es más bien como una cosita delicada…

—A ti te gustan las zorras con silicona en las tetas —se burló, pero volvió a estar interesado—. Entonces parece más como un ángel.

—No lo sé, hermano. Tiene unos ojos azules muy calculadores, estaba mirando todo, todo. Me miró y sentí que me escaneó por completo y podía saber todos mis secretos. Las mujeres calculadoras son peligrosas, te lo digo por experiencia.

—Vale, suficiente.

—¿Tu padre te ha dicho algo de ella?

Alecksander negó y miró hacia el ala de la mansión donde se suponía que ella estaba.

—Solo dijo que ella pertenece a una familia de linaje puro. Que mis hijos con ella tienen todas las posibilidades de no salir manchados. Cosas por el estilo. No le importa mucho en realidad, solo que asegure herederos. Ni siquiera me dijo cómo se llama.

***

Estaba temblando tanto que quizás se notaba a simple vista cuando se paró al inicio de la escalera que descendían hacia el patio frontal. Su vestido blanco era la cosa más tradicional que había visto, pero tejido con los más finos hilos y lleno de magníficos diamantes. Se habría admirado si no fuera ella, lo habría adorado si estuviera ahí por voluntad propia. Pero en su lugar, intentaba encontrar una manera de correr y poder escapar. Simplemente era imposible. Sintió que podía desmayarse cuando vio la multitud que asistió para presenciar la ceremonia nupcial del heredero, pero no tuvo tiempo de nada, de pronto una mujer anciana tomó su brazo y la guio por el sendero que llevaba al altar.

La luna era la testigo principal y estaba ahí, en el cielo, en su fase de luna nueva, representando el inicio de una nueva etapa. El fuego crepitaba en el centro en una gran hoguera que calentaba todo a su alrededor, representando el poder implacable de su raza. La tierra, símbolo de la vida y de la muerte, de la carne, de los huesos, conexión infinita con los ancestros, estaba en una de las esquinas, en una tinaja de barro. La sangre en otra, representando todos sus instintos, pero también la virilidad del alfa y la fertilidad de su compañera. El oro, como una ofrenda a los dioses, para bendecir el matrimonio con riquezas inagotables. Por último, la seda, en representación de la intimidad de la pareja, para que fuera bien vista por la luna y fuera propicia la fecundación del óvulo. Al fondo, el bosque, negro y espeso, hogar ancestral de los lobos.

Todo para ella se volvió un murmulló cuando la hicieron arrodillarse y los primeros rituales comenzaron. La anciana recitaba las oraciones a los dioses, pero no podía entender ninguna porque estaba llorando en su interior. Sintió que manchaban con sangre las fases de la luna pintadas en su frente y apenas pudo contener sus manos cuando la tierra fue depositada en ellas. Las doncellas vírgenes se volvieron borrosas en su danza sublime al rededor del altar, y los cantos de los presentes fueron ruido de fondo que no le interesaba escuchar. Luego todo se quedó en silencio y una mano de hombre fue tendida frente a ella. 

Su corazón se desató en latidos frenéticos que seguramente todos podían escuchar, porque era él, era el hombre que sería su esposo en unos momentos. Levantó la mirada lentamente, temiendo encontrase con la peor de sus pesadillas. Primero su mano, firme, grande, fuerte, hermosamente masculina, luego su cuerpo, su pecho desnudo, perfectamente tonificado, pintado con símbolos nupciales y con algunos tatuajes esparcidos. Y finalmente su cara. No supo cómo lucía su propio rostro en ese momento, pero aquellos ojos verdes que veía por primera vez, se volvieron apacibles, con toda la suavidad que pueda tener un alfa dominante de alta categoría. Parpadeó para asegurarse que no fuera una visión producto de su imaginación. Y volvió a ver su cara, su mandíbula marcada y ensombrecida por una barba rasurada más temprano. Su nariz perfectamente perfilada a pesar de sus rasgos marcados y fuertes, unas cejas negras pobladas, y debajo de ellas, de nuevo, sus ojos verdes. Bajó la mirada otra vez, intimidada por la fuerza de aquel lobo, y quizás, atormentada por encontrarlo atractivo.

—Toma mi mamo —fueron sus primeras palabras y ella sintió que su loba empujaba en sus instintos por primera vez.

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