— Niños no vengan, quédense en su habitación – Grace enseguida les dijo a sus hijos que se acercaban a curiosear.
Por mucho que estuviesen pasados de copas por la fiesta, tanta algarabía, los había hecho despertarse.
— ¿Madre, no estaban ahí esos…?
— Cállate Alejandra, ni una palabra— Grace la agarró por el brazo, apartándola a un lado y susurrando
— No digan absolutamente nada a nadie, no sabemos lo que vamos a encontrarnos.
— ¿No me digas que Henry y esa mujer…? – Robert, la miró abriéndole los ojos y Grace le devolvió una mirada complicada.
— Suban a su habitación y mídanse muy bien en sus comentarios. No se preocupen, su padre y yo resolveremos este asunto – acarició la cabellera rubia de su hija y los vio subir a su cuarto.
— Sr. ya es posible entrar, solo debe tener cuidado, no se derrumbe el techo, creo que está en muy malas condiciones ese sitio, es peligroso adentrarse – el hombre le avisó a Albert y lo vio colocarse un pañuelo en la nariz y avanzar.
— Que nadie entre. Obedez