El Amanecer de un nuevo destino

Pasados los minutos, el joven herido gritaba de dolor mientras el otro no hallaba que hacer. En un intento de calmarlo, arrastró el cuerpo del otro hasta una pequeña fuente y comenzó a lavar la herida. Eso no haría otra cosa que acelerar el proceso de infección, y, además, contaminaría el agua que servía de sustento para la colonia.

 ¿Pero que podía hacer ella? Si se le ocurría salir y decirle que dejaran de infectar el agua, estaría dando a conocer la existencia de humanos en la zona y aparte, de seguro la matarían.

Pero si no hacía algo, el agua ya no sería potable y su gente tendría que alejarse más en su búsqueda. Se le ocurrió avisar en la colonia… tal vez Kenet tendría una idea de que hacer, pero nuevamente era una idea estúpida viendo la distancia que tendría que recorrer, para cuando llegaran ya el agua estaría contaminada. Además, están a punto de cerrar la compuerta.

Armándose de valor, colocó un pie fuera de la cueva. Luego de un largo suspiro, decidió comenzar a andar hacia aquellos seres. A un par de metros, el primero en darse cuenta de su presencia fue el que trataba con desespero la herida de su amigo. Y como primer movimiento levanto su espada, dejando que la punta de la misma rozara el cuello de Arabís.

Esta se quedó estática mientras trataba de recobrar el valor que se había esfumado como el humo. Ya estaba a la vista, era seguir con el plan o rendirse y dejarse asesinar. La criatura de cabellos rubios y ojos negros la miro con desconfianza mientras la escudriñaba lentamente. Arabís volvió a tomar aire y habló con un tono de voz frío, serio y libre de temor.

—Deja de contaminar mi fuente —ordenó tratando de referirse además de que era SU fuente, y que solo ella subsistía de ella.

—Una humana —murmuró la criatura con resentimiento —Creí que ya no quedaba esta escoria en la región.

Arabís no se inmutó y volvió a decir —Deja de contaminar mi fuente... las heridas causadas por Almas Siniestras no sanan con lavar la herida… eso solo lo empeora —ante las palabras de la joven, la criatura empuño con más fuerza el arma.

—¿Qué sabe un ser como tú de las Almas Siniestras? ¿De dónde eres? ¿Estás sola en el bosque?

—Se lo suficiente para tratar las heridas causadas por ellas… y si, vivo en este bosque… y… esa fuente es un tesoro para mí.

—¿Sabes cómo tratar la herida? —preguntó incrédulo. Ella asintió.

—Te propongo algo… tu no me asesinas y yo salvo a tu amigo —dijo autoritaria.

—¿Cómo sé que no es un truco? —se expresó la criatura con desconfianza sin bajar el arma.

—Hace mucho tiempo mi… difunta abuela me enseño como hacer un ritual de energía.

—¿Un ritual de energía? Creí que los humanos no podían usar magia —contrapuso.

—No es que sea magia en sí, si tiene algo de fantástico y eso… solo es una forma de estimular el cuerpo mediante de movimientos físicos para limpiar la energía negativa del alma… muchos en la antigüedad le llamaban exorcismo, solo unos pocos pueden hacerlo —aclaró y esperó a que le diera la oportunidad… pero el hombre no se veía muy seguro —Es… la única oportunidad que tiene —dijo poniendo su última carta —Después de todo, es lo único que puede salvarlo ahora —él lo pensó un momento.

—Tú ganas… pero te lo advierto, si esto no funciona, dejaré que tengas la muerte más dolorosa —la criatura retiró el filo de su espada del cuello de la joven, y se apartó para que ella hiciera el trabajo.

Arabís se inclinó y se sentó junto a la otra criatura de cabellos castaños quien ya había perdido la conciencia. Retiró el improvisado vendaje que cubría su hombro y al momento la sangre comenzó a fluir más rápido al verse libre de obstáculo. El rubio comenzó a impacientarse, su amigo no se veía nada bien, su raza normalmente tenia rápida regeneración, por lo tanto, las heridas sanaban muy rápido… pero esa herida no tenía pinta de cerrarse.

Arabís retiró lo que quedaba de la camisa del joven dejando su torso desnudo. Por un momento se fascinó con la maravillosa vista del pecho del chico, pero bastó con una corta convulsión del mismo para traerla de vuelta a la realidad. Con la misma sangre comenzó a hacer diferentes formas en la piel limpia de los brazos, cuello y cara. Cuando estaba por proseguir recordó que necesitaba la sangre de la misma especie.

—¿Qué sucede? —preguntó el rubio cuando la vio detenerse.

—Necesito… sangre de la misma raza… no puedo usar mi sangre para tratarlo… tienes que darme de la tuya.

—Y ¿cómo hago eso?

—Solo necesito tres gotas… tampoco es que te voy a pedir que te desangres.

—Bien —con la espada hizo un pequeño corte en la palma de su mano.

Arabís extendió su mano para recibir las gotas. Cuando la obtuvo nuevamente prosiguió. Dejó caer las tres gotas de sangre a lo largo de la herida, hizo presión en cada lugar donde cayeron mientras murmuraba palabras inentendibles para el chico. Luego dejó caer una de agua pura en el centro de la lesión, colocó una mano sobre la otra, palma con palma en direcciones contrarías y la gota en pocos segundos se enalteció de la herida. Siguió conjurando y las otras tres de sangre también se elevaron… comenzaron a girar alrededor de la pura y en poco tiempo esta se tiñó de negro. Una energía oscura comenzó a desprenderse del cuerpo de la criatura internándose en la pequeña esfera central, al tiempo que las pequeñas gotas de sangre giraban más rápido. Cuando el sol se asomó por el horizonte, las cuatro esferas se agruparon formando una en el momento en que la sangre que Arabís había empleado para hacer las figuras en la piel, se recogía y como un conjuro que devolvía el tiempo, la sangre regresó a la herida. Luego, la misma, se cerró lentamente. Al final, la pequeña esfera negra se disolvió en el aire igual que el humo.

El rubio agradeció a la Tierra por que el ritual había funcionado. Justo en el momento en que Arabís separó las manos y dejo de murmurar, la criatura aspiró como si se hubiera estado ahogando mientras abría los ojos y se incorporaba.

—Meruem —gritó el rubio —¿Cómo estás? ¿Te sientes bien?

Meruem siguió respirando con desenfreno mirando a su alrededor desubicado. Rápidamente centró su vista en la joven que yacía sentada junto a él para luego colocar su mirada en su amigo. 

—¿Koner? ¿Qué pasó? —preguntó confuso mientras tocaba donde alguna vez estuvo la herida de muerte.

—Un Alma siniestra te atravesó el hombro. Creí que no vivirías para contarlo.

Meruem asintió con la cabeza a medida que los recuerdos volvían a su memoria. Luego volvió a dirigir su vista a Arabís quien solo lo veía curiosa. Y como si cayera en la realidad de golpe notando el aura de la chica abrió los ojos y desenvainó su espada al igual que había hecho el rubio.

—¡Una humana!

—¡Para Meruem! —dijo el otro antes de que su amigo atravesara a su salvadora.

—¡Koner! ¡Pero si es una humana! ¡debemos eliminarla!

—¡Ella fue quien te salvó!

Arabís había dejado de respirar por el susto. Meruem la miraba con odio mientras se debatía si dejarla vivir o no.

—¿DEJASTE QUE UNA HUMANA ME TRATARA?

—Era eso o dejarte morir.

—Ya… entiendo porque no coexistimos… son unos malagradecidos —dijo Arabís levantándose algo nerviosa y sacudiéndose la tierra de la ropa.

—¡Callate! ¡No tienes derecho a decir eso!

—A ver… primero que nada, deja de derrochar tu odio hacia mí sin ningún motivo, te recuerdo que sigues con vida gracias a mí, me lo debes. Segundo, no lo hice para salvarte, fue un trato ¿sí? Yo te salvaba y ustedes se alejaban de mi fuente y me dejaban vivir.

—Así es Meruem. Era la única oportunidad que tenía para salvarte —el otro lo miraba no muy seguro —Di mi palabra.

Las dos criaturas se debatían entre la decisión que había tomado Koner diciéndose los pros y los contras de la situación. Sin embargo, Arabís no les prestaba el más mínimo interés ya que se encontraba apreciando la belleza de la luz en todo su alrededor. Con tanta presión no se había percatado de que el sol se elevaba en el alto cielo y que todo se llenaba de color.

Aquello era más hermoso de lo que había imaginado, su alma se llenó de una extraña calidez a medida que inspeccionaba cada cosa que estuviera frente a ella. Era lo más maravilloso que podía haberle pasado en la vida. Sin duda, nunca más querría volver a la oscuridad.

*****

—¡Arabís! —gritaba la tía abuela buscando a su sobrina en la colonia. Las compuertas se habían cerrado hacía una hora y no veía a su niña. Normalmente siempre la encontraba en su habitación o regresando de la entrada —¡Arabís! —gritó entrando en desespero.

—Hola Grecia… ¿qué ocurre? ¿Arabís se te volvió a perder? —bromeó uno de los guardias de la colonia. Ya sabía que la chica acostumbraba a desaparecer para no cumplir con sus quehaceres.

—¡No! ¡No es que se me perdió! ¡Es que no la he visto en toda la mañana! —dijo histérica —¿La has visto?

—No —dijo apenado, al parecer la cosa era seria, Grecia no era una mujer de perder la calma a menos que fuera necesario —Le diré a los demás que ayuden a buscarla.

—Oh… Santa Tierra… ¿dónde está mi pequeña? —dijo la anciana al borde del llanto —¡Charlie! ¡Charlie! —llamó a el amigo de Arabís para ver si él la había visto.

—Dígame señora —dijo el chico apareciendo de uno de los túneles. La anciana al verlo lo tomo por sus hombros esperando una respuesta.

—¡Charlie! ¡Dime que sabes dónde está Arabís!

—¿Arabís? —preguntó confuso —La última vez que la vi fue anoche.

—Oh no… por favor no —rogó la anciana. Tenía un mal presentimiento.

—Grecia… ¿Qué ocurre? No entiendo nada.

—¡Es Arabís! ¡Nadie la ha visto desde anoche! ¡Y las puertas se cerraron hace una hora! Dudo que esa niña haya puesto un pie fuera de la cueva… ella bien sabe que es peligroso.

—Tranquilícese —trató de calmarla —De seguro está escondida en un intento de evitar las tareas…  ya verá que está bien —dijo no muy seguro de lo que hablaba.

Los guardias de la colonia y muchas personas incluyendo a Charlie la buscaban incasablemente. Tanto fue, que los señores de la orden se percataron de la agitación del poblado. Era bien sabido que, para Grecia, esa muchacha rebelde era lo más preciado que tenía. La había criado como a una hija y le había enseñado muchas de las artes que la anciana manejaba. Todos en la colonia aseguraban que la joven seria la que tomaría el puesto de Grecia cuando esta ya no pudiera cumplirlo.

—¿Dieron con ella? ¿Alguna pista? —le pregunto Kolack a Balzu, quien había puesto a su equipo a ayudar en la búsqueda.

—Nada… ¿Crees que pudo haber salido?

—No estoy seguro… nunca creí que fuera capaz.

—¿Qué hacemos?

—¿Por qué no decirle a Grecia que haga uso de sus dones para encontrarla? —se incluyó en la conversación Lukia.

—No es tan simple… ayer uso parte de su energía, y, por si fuera poco, no está muy estable ahora —dijo Kolack.

—Sera así hasta que la que la chica aparezca.

—Mejor sigamos buscando… una última vez —no perdió la esperanza Balzu. Los otros asintieron y comenzaron nuevamente con la búsqueda.

*****

Arabís estaba embobada con todo lo que veía. Llevaba más de dos horas dando vuelta entreteniendo a los otros dos. No había pasado ni cinco minutos cuando comenzó a caminar por todos lados y sin rumbo por los alrededores, preguntándole a las criaturas por todo. Insectos, pequeños animales, plantas, arboles, flores y otros pequeños seres del bosque. Era como una niña. Koner y Meruem se veían las caras extrañados.

—¡Esto es increíble! ¡No pienso esconderme de nuevo! ¡Ja! ¿qué si estaba mucho tiempo bajo el Sol perdería mi vista? ¿Cómo les quedaron los ojos? —decía a nadie realmente —Oh… ¿Qué es eso? —preguntó señalando y corriendo a lo que parecía un pequeño hongo que se desplazaba sobre un tronco. Realmente era un pequeño guardián del bosque.

—¡Puedes dejar de moverte! —gritó Meruem ya desesperado luego de haber comido algo de lo que traían para recuperar fuerza, comida que curiosamente también, habían compartido con Arabís sin querer.

—Actúas como una lunática —le reprochó Koner.

Arabís centró su vista en los dos seres mientras sostenía en sus manos al pequeño ser con delicadeza —Es que todo es muy hermoso.

—¡Es lo mismo de siempre! —le criticó Meruem

—A menos que hubieras estado toda tu vida encerrada —comentó Koner.

—¿Cómo pueden vivir tan tranquilamente y sin apreciar lo maravilloso de su alrededor? —dijo incrédula mientras los dos sujetos se relajaban sentados en una roca notando que esto se tomaría su tiempo —Hola pequeños —se expresó con voz melosa a las pequeñas criaturas que cada vez eran más.

Arabís sonreía como nunca. Muy pronto cientos de los guardianes aparecían y se agrupaban a su alrededor. De diferentes formas y tamaños. Los más pequeños se guindaban de su cabello o se ubicaban sobre su cabeza tratando de jugar. Mientras los mas grande que no pasaban de la altura de un gato, se colocaban en su regazo esperando ser acariciados.

Koner y Meruem no lo podían creer. Era bien sabido que todos los seres vivos odiaban a los humanos. Pero los pequeños guardianes del bosque no parecían muy crueles mientras jugaban con ella.

—Ya vámonos —dijo Meruem arto de mirarla—El trato era dejarla con vida ¿no? También ya he recuperado fuerzas —el otro asintió —Ya no tenemos que hacer nada aquí.

Cuando el castaño se dio la vuelta y se preparaba para perder de vista a la humana sus ojos se abrieron hasta casi salir de sus cuencas. Detrás de ellos estaban los guardianes mayores, los Quetzalcóatl, esos seres inmensos, tan grandes como los dragones, con cuerpo de serpiente y hermoso plumaje blanco y grisáceo sobre la superficie dorsal y sobre su cabeza, al final de su cuerpo, resaltaba un arreglo de plumas que simulaban un abanico. La chica había atraído incluso la atención de esas criaturas de alguna manera. O tal vez es que como una humana estaba en su territorio se alertaron. En fin, el punto es que al parecer había llamado demasiado la atención.

—¡Hasta aquí! ¡Oye tú! —le gritó Meruem al darse la vuelta.

—Mi nombre es Arabís —dijo la chica algo molesta sin voltear —¡Bruto!

—No me importa. Ya deja de llamar tanto la atención. ¡Has atraído a los Quetzalcóatl!

—No es mi culpa. Es la primera vez que salg…—se giró y se tapó la boca con la mano. Las grades criaturas la habían asustado, pero no tanto como lo que dijo sin pensar.

—¿La primera vez que qué? —inquirió Meruem haciéndose una idea. Se decía que hace tiempo, los humanos que habían sobrevivido se juntaron en pequeños poblados y permanecían ocultos. Obviamente se presumía que, para mantener a la especie, los adultos encerraban a los jóvenes quienes no tenían muchos conocimientos de los peligros del exterior; de esa manera, no morían y seguían reproduciéndose como plagas. Se suponía que ya no quedaban humanos en la región, pero considera que eso, no es del todo cierto. Con esa información había llegado a la conclusión de que la chica que tenía ante sus ojos pertenecía a un poblado y que al parecer había escapado.

—Pues… —Arabís pensaba que si decía otra cosa que pusiera en riego a la colonia no se lo perdonaría nunca.

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