La Cazadora de Millonarios, las huellas del ayer
La Cazadora de Millonarios, las huellas del ayer
Por: La Pluma
Cap. 1 Una chica llamada Freda

«Son nuestras decisiones las que muestran quiénes somos realmente, más que nuestras habilidades»

J.K. Rowlin

Freda Denis era una hermosa chica de Treeman, un barrio de clase media de Ciudad Capital, vivía en un caserón conocido como la Casa de las Flores, por su fachada provista de hermosas y delicadas flores coloridas y porque en ese lugar solo vivían mujeres, solteras, estudiantes o trabajadoras, como ella…

Freda no tenía mucho, solo sueños y por cumplir cada uno estaba dispuesta a lo que sea. Esa tarde podía escuchar el cotilleo de sus vecinas en el salón de estar, mientras ella colocaba su uniforme de la escuela de belleza en un perchero, entonces se asomó:

—¡Freda! —gritó Mandy—, es bueno verte.

—Hola, chicas, ¿qué hay de nuevo?

Tory una chica pelirroja y muy dicharachera le respondió emocionada:

—Mandy consiguió ser auspiciada por Las damas de Juno.

Freda miró a Mandy desconcertada, pues no tenía idea de qué era eso y como se notó en su rostro, Mandy le explicó:

—Freda, querida —acomodó su catira cabellera—, las Damas de Juno son el grupo más importante de la sociedad de esta ciudad.

—Así es y que consiguiera ese logro… —añadió Tory— La pone a un paso del gran premio…

—¿Qué premio?

—Casarme con un millonario —dijo Mandy emocionada.

Freda poco dada a los cuentos de hadas, se rio y les dijo:

—¿Casarse con un millonario?

—Así es —Mandy se arrodilló en el mueble donde estaba sentada para poder mirar sus ojos azules—, esta ciudad se mueve por logias, Los caballeros de Adán, Las damas de Juno y muchas más.

«Las damas de Juno son mujeres que fueron como nosotras y que ahora están casadas con hombres ricos, cada cierto tiempo, ellas inician a jóvenes para que cumplan ese propósito y yo tengo una oportunidad».

Le pareció una locura, pero el mundo estaba lleno de locos y los locos cumplían sus sueños. La señora Claudia Lowel se acercó a ellas y anunció:

 —Hora del té en la Casa de las flores.

Freda sonrió, le gustaba el té de la señora Lowel, miró sus apuntes de belleza, tomaba un curso intensivo mientras se mantenía en lo que viniese.

Por ejemplo, su trabajo en el gabinete de Carlos le daba práctica y además dinero extra para sus gastos.

 Disfrutaba mucho de poner bonita a las señoras de Treeman, ya que eran muy vanidosas y les gustaba de lo bueno.

 En ese momento tinturaba el cabello de una señora cuarentona y le decía bastante animada.

—Va a quedar muy hermosa, el tono que escogió es muy bonito, iluminará su piel.

La mujer sonrió complacida, siempre un buen halago era un aliciente motivador para esas damas. El señor Carlos, supervisaba que todo marche perfectamente:

—Muy bien, está quedando el tono perfecto, Freda tienes talento.

En ese momento entró Brithany Brady, la niña mimada de Treeman, hija del dueño de los negocios Brady’s, una jovencita cuyo ego era tan hiriente y un carácter espantoso, compañera de Freda en la secundaria y cuyo odio hacia ella era bastante notorio desde esa época.

—Señorita Brady, siempre tan hermosa y radiante.

—Vine a que me atendieran como la princesa que soy —miró a Freda—, porque solo las verdaderas princesas podemos darnos esos lujos.

Freda escuchaba su retahíla de tonterías y seguía en lo suyo. Fue a llevar la mezcla sobrante y la señora quedó descansando su tinturado, tenían que hacerle iluminaciones doradas… Brithany vio la mezcla que estaba preparando Freda y cuando todos se descuidaron vertió un colorante verdoso que al mezclarlo se difuminó haciendo que no se notase lo que iba a pasar.

Freda volvió y comenzó su trabajo y cuando vio el tono adquirido se quedó boca abierta.

—¡Qué pasó aquí!

La mujer se miró al espejo y sus rayitos tenían tono verdusco.

—¡Qué me hiciste! —chilló.

—Nada, lo juro… —revisó la mezcla— ¿Quién puso en mi mezcla un tono verde?

La mujer comenzó a gritar a los cuatro vientos.

—¡Parezco una marciana! ¡Carlos! ¡Carlos!

Carlos se acercó y vio el desastre.

—¿Qué hiciste Freda?

—Juro que no hice nada —miró a Brithany reír—; pero sé quién fue.

La agarró por el brazo.

—¿Estás loca o qué?

—¡No sé de qué hablas, pobretona! —se zafaba de su presión.

—Lo que hiciste no estuvo bien…

—Eres tan mediocre que ni un simple tinturado sabes hacer.

—Pero sí sé tirar al piso a las maldosas.

La agarró por el cabello y cayeron dándose golpes. El lugar se volvió un griterío y cuando la señora Brady, madre de la muchacha, llegó.

—¡Brithany! —vio a su hija con el cabello totalmente desbaratado y llorando— ¡Tenías que ser tú! ¡Eres una mancha para todos en Treeman!

—Vete de aquí y deja a mi preciosa hija en paz.

No tenía ni que preguntar, estaba despedida, nadie deseaba a una alborotadora en su negocio.

Caminaba por la calle principal, recordó que al día siguiente tendría que suplir en el Centro de cuidados especiales, «no todo está perdido, Freda todavía puedes ganar algo». Meditaba en todas las cosas que deseaba comprarse y que no podía, pues su sueño lo era todo.

Se sentó en una de las bancas a meditar… Si tan solo pudiera cambiar las cosas… Dar un gran golpe y encontrar una maleta de dinero y salir corriendo a las tiendas de ropa, darse un atracón de compras, salir por las calles con ellos cargándolos en sendas bolsas exhibiendo las marcas, sí, eso sería espectacular…

Caminando dio al lado Oeste, el lado de los ricos y famosos, la Gran zona, Apple Valley, donde sendas tiendas desfilaban mostrando hermosos accesorios y vestidos de marca. Ese era el mundo al que debía aspirar, sin duda.

Vio salir a una mujer con muchos paquetes y su chofer o escolta con otros tantos.

Atracón de compras, sin duda, el sujeto tenía paquetes hasta debajo de sus axilas y la dama miraba otra tienda y señalaba:

—¡Iremos allá!

Cielos, poder decirle al chofer: iremos allá, o acá sería lo más elegante y exclusivo que saldría de su boca, de repente al sujeto se la cayó un paquete, ni se dio cuenta por lo atascado que estaba y ella cruzó la calle y lo recogió, era de una tienda de marca y corrió detrás de la dama.

—Espere, espere, por favor.

Como si nada, parece que nunca le hicieran un llamado de esa manera. Así llegó corriendo a donde ella.

—Disculpe, señora… —estaba agitada—, se le cayó esto.

La mujer miró el paquete y preguntó.

—¿Estás segura de que es mío?

Freda miró el nombre de la marca tres ceros sin duda dentro del paquete:

—Definitivamente.

—Tómalo Gus —dijo ella y añadió—, dale propina a la joven.

El sujeto con dificultad intentó sacar dinero y se le cayeron más paquetes, la mujer estaba molesta por la ineficacia de su subalterno y entonces le dijo a la joven.

—¿Quieres trabajar para mí cargando paquetes?

—¡Claro!

Era la oportunidad de entrar a las grandes tiendas de Apple Valley, tomó algunos paquetes y ayudó al sujeto que enrojeció de la pena, entraron en una tienda de ropa exclusiva y la dama comenzó a recibir atención de reina: le mostraban varios vestidos costosos y ella separaba los que le llamaban su atención.

Freda veía cómo actuaba la dama, tal se diría que no demostraba ningún tipo de emoción al respecto, entonces escuchó una charla cerca, miró en torno y pudo ver a un sujeto apuesto, realmente apuesto, esos especímenes no se veían por Treeman.

Arios Hudson intentaba paliar el tedio que le producía su novia de momento: Katy, tal se diría que no podía elegir entre poner un pie delante del otro y el tiempo lo apremiaba.

—Bien, ahora dime, ¿cuál vestido te gustó?

—Es que esos vestidos… No me convencen.

—Entonces escoge otros —decía pacientemente consultando su costoso reloj—, debo de irme.

—¿Y si voy desnuda?

No era una pregunta muy inteligente.

—Querida, no creo que eso sería… Elegante.

—Elige tú…

—El rojo, por favor y este y este otro —dijo con fastidio.

¿Tenían que elegirle su ropa? ¡Qué horror! Era indigno de ver, pensó Freda, una mujer a la que había que elegirle la ropa, poco común sin duda.

Arios se pasó una mano por su cabello negro azabache y sus ojos grises parecían opacos, sin duda estaba aburrido, era muy alto y en ese momento daba la sensación de que se encogía un poco para no dar la impresión de inmensidad. Consultó su Rolex y le dijo a su rubia y sosa compañera.

—No quiero llegar retrasado.

—Entonces no vayas.

—Sería de mala educación no asistir… —pero qué sabía ella de educación—, anda al auto.

Ella pareció meditar en la acción y como una tortuga salió de la tienda. El joven esperaba su tarjeta, miraba a la salida.

Mientras Freda acomodaba un vestido que se había probado su jefa, no le quitaba la vista de encima al apuesto espécimen que tenía enfrente.

Lo vio salir de la tienda y ella quedó viendo el lugar donde hacía poco había estado parado, el aroma de su perfume Eros, se sentía en el ambiente.

La vendedora le decía a la dama:

 —¿Desea probarse los vestidos?

—¡Qué pereza! —miró a la joven—, oye tú.

Freda se acercó llena de paquetes y la dama la miró.

—Casi tienes mi talla, pruébate esos vestidos por mí.

Menudo trabajo y ella debía hacerlo, se cansaba. Comenzó una serie de pruebas y salía con costosos vestidos a modelar.

—Sí, no… Puede ser… Ese sí… Me encanta ese otro —sonó su móvil.

Comenzó a charlar y ella se veía frente al gran y ancho espejo con un vestido extra caro de tono azul marino: era una lady más.

—Tú mereces vestirte así —dijo sonriendo.

Su jefa del momento seguía charlando y ella comenzó a mirar otros posibles vestidos y en el lugar donde estuvo la flamante pareja vio una cartera fucsia y costosa, como la que usaba la dama. La había dejado en el piso junto al mueble de descanso y justo cuando iba a dársela a una de las vendedoras…

—Perdón, esa cartera es mía.

Una voz varonil la sacó de sus cavilaciones y al voltear, era él, el sujeto apuesto a rabiar.

—Es mía…

Volvió a decir mirando a la joven, entonces Freda respondió:

—Es que… No le sienta el fucsia con el terno que usa.

Él se rio de su comentario y le explicó a la joven y bella señorita.

—Mi tonta novia la olvidó aquí hace un momento.

Ella se la devolvía.

—Si es tonta, ¿por qué sigue con ella?

El hombre arrugó el ceño como si procesara la pregunta, se dio cuenta era una buena pregunta y él encogiéndose de hombros le respondió a la joven.

—Porque no encuentro a nadie más interesante.

—Créame una mujer que no puede elegir su propio vestido, es una inútil.

El joven y apuesto caballero la miró sorprendido y sonrió dándole la razón:

—Interesante apreciación —entonces se presentó—, soy Arios Hudson.

—Freda Denis.

Estrechó su mano.

—Un gusto conocerte Freda, puede que te vea en el club un día de estos.

—Puede que sí…

Él sonrió seductoramente y se retiró, no sin antes darle una última mirada a la bella joven. Freda se miró el hermoso vestido: Lo que un vestido podía hacer, un vestido caro, por cierto.

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