—Quizás... —dije, sin saber muy bien si decirlo en alto o solo pensarlo.
—Una vez más… —dijo, acercando su boca a la mía.
Mirando hacia arriba, le dije de manera despectiva hacia su boca entreabierta:
—Te odio.
—Yo también odio esto.
Nuestras bocas se acercaron tentativas, nuestros labios apenas se rozaban, compartiendo la
respiración. Observé cómo las aletas de su nariz se apretaban y justo cuando pensé que iba a volverme loca, agarró mi labio entre sus dientes, acercándome a él.
Gruñó en mi boca, profundizó el beso y me empujó con fuerza contra su coche. Como la última vez, alzó una mano y me quitó las horquillas del pelo, dejando que cayera a nuestro alrededor.
Nuestros besos eran intensos y bruscos, apartándonos y apretándonos, agarrando el pelo y nuestras lenguas deslizándose una contra la otra.
Gemí cuando se puso de rodillas, frotándose contra mí.
—Dios —gemí con un áspero jadeo.
Puso mi pierna a su alrededor, con el tacón del zapato clavándose en su pierna.
—Joder,