Viejas leyendas

El canto de las aves regalaba hermosas melodías matutinas, la luz dorada del sol se colaba por el enorme ventanal donde se hallaba el balconcito que le daba una vista asombrosa a los bosques que rodeaban la vieja abadía, el viento soplaba ligeramente fresco y bastante agradable, era una mañana hermosa, la mejor para iniciar su vida laboral.

Isobel ya se hallaba despierta tratando de no pensar en el hombre que se ocultaba en las sombras de sus vividos sueños, comenzaba a considerar el buscar la ayuda de un profesional que la ayudase con ello, un psicólogo quizás podría ayudarla a entender la razón de su obsesión desconocida y que siempre la acosaba en sus descansos nocturnos, lavando bien sus dientes como cada mañana, camino de vuelta a su cama, aquella vieja y hermosa joya que encontró en el balcón de su alcoba estaba sobre sus sabanas, el precioso rubí brillaba en un carmesí intenso, casi logrando hipnotizarla, negando en silencio se pregunto como es que aquella joya había llegado hasta allí si recordaba haberla guardado al fondo de su cajón de ropa interior, aquello era muy extraño, pero sin darle importancia termino de vestirse, tenia el tiempo justo para desayunar y salir a su nuevo trabajo.

– Buenos días abuelo – saludo la hermosa castaña al visiblemente cansado hombre mayor.

– Buen día mi pequeña Isobel, deseo que te vaya muy bien en tu primer día, pero recuerda regresar de inmediato a casa después de salir, no es bueno para una hermosa muchacha caminar por las calles oscuras…aquí la noche siempre cae demasiado pronto, y los monstruos salen de sus hacinados escondites para buscar victimas con las cuales saciar su sed de sangre – dijo Velkan Bennet con seriedad sin dejar de mirar los hermosos e incrédulos ojos de cielo de su nieta.

– Vaya hombre, tan temprano que es y ya quiere asustar a su nieta con esas leyendas mórbidas, deje que al menos la pobre tome su desayuno en paz, ya tendrá tiempo de aterrarla con sus cuentos – dijo Nicoleta regañando al ceñudo viejo de aspecto osco.

– Mujer, esas leyendas son verdaderas, todos en el pueblo las conocen, respetan y temen, harías bien en no ser tan confianzuda e imprudente, solo porque no has visto nada allá afuera significa que todo eso que conforma nuestra historia no sea cierto…Isobel debe cuidarse, no confiar en lo que sus ojos ven…nada es lo que parece en este antiguo lugar – dijo el viejo Velkan mirando con tristeza aquella vieja fotografía sobre la mesita de la sala.

– Bien…ya me contaras esas leyendas con mas detalle después, por ahora debo irme, no quiero llegar tarde a mi primer día de trabajo, no daré una muy buena impresión si lo hago – dijo Isobel terminando su pieza pan y bebiendo casi de un solo trago su taza de café.

– Por favor Isobel, no demores mucho en regresar…hace dos noches que bajó la niebla de las montañas, aun no es seguro andar sola por las noches en las calles – suplico el anciano a su nieta.

– De acuerdo, regresare en cuanto termine mi turno, no te angusties abuelito, además se defenderme bien yo sola – respondió la bella castaña para luego besar la frente de su abuelo y apresurarse a salir hacia su trabajo.

Velkan observo la figura de su hermosa nieta hasta que se perdió detrás de la puerta, se sentía nostálgico con ella en casa, se había acostumbrado a la sola compañía de su vieja ama de llaves, casi había olvidado lo que se sentía tener a un joven vivaz e intrépido acompañándolo…Isobel era idéntica a su padre, y a su vez, idéntica a su fallecida esposa, la abuela de la joven también había sido muy bella y aventurada, sin ningún tipo de inhibición sobre ella, solía comportarse como si fuese un varón imprudente…su único y amado hijo también había sido de esa manera, eran almas valientes e intrépidas que no parecían nunca temer a lo desconocido, a aquello que se oculta entre las sombras.

– Es idéntica a mi Isabella…a mi Ionel…¿no lo crees así Nicoleta? – dijo Velkan con su mirada lobezna perdida en la nada.

– Es verdad, la niña es muy parecida a ambos tanto en apariencia como en carácter…espero que no se meta en tantos problemas como solía hacer mi niño Ionel…que dios lo tenga en su santa gloria – respondió Nicoleta con un deje de tristeza.

– Así sea Nicoleta…así sea – dijo Velkan para luego beber su ya frio café.

Las calles eran tan rusticas y pintorescas que deseaba plasmar en un lienzo todo lo que veía, las personas parecían todas tan amables que la hacían sentir reconfortada, su nuevo trabajo estaba tan cerca que podía fácilmente llegar en bicicleta, su abuelo le había reparado la que había pertenecido a su padre, se la había dado como un obsequio de bienvenida para que se trasladara mucho más fácil y rápido hasta el hospital y ella en verdad se sentía agradecida por ello.

El hospital de la virgen María Sanadora era tal cual se veía en las fotografías que le enviaron, era viejo, se notaba realmente antiguo, y es que según lo que había investigado al respecto, aquel había iniciado como un convento de claustro para monjas Benedictinas que se había construido como un reemplazo para la vieja abadía en el bosque, no se sabia exactamente que orillo a la autoridad eclesiástica a abandonar aquel hermoso edificio que yacía ya derruido por el paso de los siglos, pero había varios cuentos realmente interesantes al respecto, desde que un demonio había poseído a la abadesa del lugar como tambien que una plaga de ratas había vuelto insostenible la vida dentro de sus muros, aunque la causa medianamente oficial era que muchas monjas habían perecido dentro del sitio durante la peste negra que asolo aquellos lugares como a otros tantos y el lugar había perdido su santidad debido a ello…mucho tiempo después y durante los primeros años del siglo XX las monjas se habían marchado y el edificio se había adecuado para recibir a los pacientes extranjeros afectados por la gripe española que azotó el mundo en 1918 en un esfuerzo para que estos no esparcieran el letal virus entre los habitantes de aquel poblado.

– Bien, ya estás aquí Isobel…haz tu mejor esfuerzo – se dijo a si misma la castaña.

– ¿Señorita Isobel Bennet? – pregunto un hombre joven que apenas y se veía unos tres o cuatro años mayor a ella.

– Si, soy yo – respondió Isobel con una sonrisa a quien suponía era el medico en jefe que ya la estaba esperando.

– Mucho gusto mi nombre es Emmeran Antonescu, soy el medico en jefe de este hospital y por ende tu nuevo jefe, acompáñame, el guardia se hará cargo de acomodar tu bicicleta, quiero que conozcas tu nuevo lugar de trabajo, así como las políticas que tenemos hacia nuestros pacientes – dijo el apuesto hombre sin dejar de mirar a la hermosa castaña.

Isobel no pudo negar el gran atractivo que tenia su jefe, era alto, muy alto, parecía alcanzar los 1.90, hablaba con el acento típico de la región, su piel era blanca y muy bonita, sus ojos eran grises y muy serenos, le trasmitían paz de alguna inexplicable manera, su cabello era rojizo, sus facciones eran hermosas pero varoniles, su barba de candado resaltaba su evidente atractivo, estaba segura de que muchas doctoras y enfermeras se arrastraban a sus pies, era en realidad muy apuesto.

– Muchas gracias señor Antonescu, espero llevarme bien con todos aquí, aunque debo decir que la gente de este lugar parece muy amable, creo que es un buen comienzo para ser un médico – dijo Isobel sonriendo.

– No me llames señor, me haces sentir como un viejo, llámame Emmeran, a cambio yo te llamare Isobel – dijo el apuesto medico entre risas a la joven.

– Bien, entonces así te llamare Emmeran, es un verdadero placer conocerte – dijo Isobel.

Emmeran observo a la hermosa y sonriente joven, era verdaderamente hermosa, su cabello era castaño claro, casi rubio, sus ojos eran un océano celeste tan brillante y vivaz que lograban intrigarlo, sus labios eran pequeños y rosados, sus facciones eran hermosas y muy femeninas, parecía una preciosa muñeca de porcelana, su piel era morena clara, casi blanca, pero se notaba que a la chica le gustaba asolearse, sin duda alguna estaba mas que complacido con su nueva médica.

– El gusto es mío Isobel, acompáñame, te daré un breve recorrido por el hospital – dijo Emmeran sonriendo.

Una mirada lejana se posaba sobre Isobel, la castaña no pudo evitar dar una ojeada a la calle antes de entrar al viejo hospital buscando la fuente de aquella pesada mirada que sentía sobre ella, pero no había nada fuera de lo mas ordinario, extrañada entro acompañada de su nuevo jefe a dar ese esperado recorrido mientras se decía a si misma que la paranoia de su abuelo era contagiosa, poco sabia del apuesto hombre que la observaba desde la antigua abadía…aun cuando estaba tan lejos de allí y los edificios se oponían en medio.

Isobel se sentía sumamente emocionada, aquel lugar era en realidad tan viejo como rezaban los artículos de internet que leyó al respecto, era una verdadera joya arquitectónica, según sabia, el edificio se había construido en el siglo XVI y aunque por supuesto había sido remodelado muchas veces y adecuado a las necesidades de un hospital, aun podía ver los vestigios en sus bordes de la estructura original, era muy hermoso.

– Veo que en verdad es un hospital antiguo, seguramente debió ser un edificio muy bello en sus buenos tiempos – dijo Isobel sin dejar de mirar los techos que apenas si habían sido tocados por la mano moderna.

– Oh si, realmente debió ser muy bello, mucho mas de lo que es en la actualidad, mi familia a cuidado de el desde tiempos muy remotos, antes de ser lo que es hoy, es además, muy grande, casi tan grande como lo fue la vieja abadía, aunque hay lugares que ahora son inaccesibles debido al paso del tiempo, se cuenta entre la gente que este sitio y la antigua abadía estuvieron una vez conectados para pasar alimento a las monjas moribundas que se quedaron atrás condenadas a morir por la peste…esa por supuesto es solo una leyenda, no hay prueba alguna de que dicho túnel secreto en realidad exista, nunca fue encontrado en las muchas remodelaciones y excavaciones que se han hecho a lo largo de los años – dijo Emmeran a Isobel quien se sentía cada vez mas intrigada.

– No sería extraño que hubiese un túnel secreto, muchas iglesias y edificios antiguos se conectaban por medio de uno, recuerdo que en uno de mis viajes a México escuche algo parecido en la ciudad de Guadalajara, allí se decía sobre la existencia de un pasaje secreto que conectaba su catedral con un viejo hospicio así como un cementerio, tambien escuche historias similares en Bolivia y Londres, supongo que en tiempos de guerras constantes las personas encontraban la manera para mantenerse a salvo – dijo Isobel con certeza.

– Veo que has viajado mucho, debiste de ver mucho mundo allá afuera…yo nunca he salido de estos lugares, Rumania siempre será mi hogar y no se si tendré el valor de conocer otros lugares, además, no creo que exista otro lugar mas bello que este – dijo Emmeran con una sonrisa gentil.

– Deberías animarte alguna vez…es muy interesante ver el mundo y sus muchas culturas, yo amo viajar, me hace sentir libre – dijo Isobel animando al médico.

– Tal vez algún día…por ahora no lo veo posible – respondió Emmeran con sinceridad.

Ambos colegas se sonrieron al otro descubriendo que se sentían muy cómodos entre ellos, después de un rato caminando y conociendo cada espacio adecuado de aquel viejo monasterio, finalmente llegaban al ala donde Isobel seria ayudante, parecía ser que en el lugar ya los esperaban.

– Bien, como veras, esta es el ala de pediatría, te quedaras aquí para ayudar a la hermana Jenica Petre, es nuestra jefa de pediatría y te ayudara a resolver cualquier duda que tengas, aunque por supuesto, mi oficina siempre está abierta para lo que necesites – dijo el apuesto medico con voz amable.

Isobel se sintió sorprendida al ver frente a ella una joven monja que parecía tener casi su misma edad, era muy bonita y parecía muy amable, sus ojos verdes eran muy gentiles, su piel era blanca, aunque bajo el hábito era difícil saber de que color sería su cabello, hasta ese momento no sabia que existiesen monjas que ejercieran como médicos y se sentía francamente sorprendida.

– Es un gusto conocerla al fin señorita Bennet, llega en muy buen momento, con la llegada del verano lo niños suelen sufrir muchos accidentes en su trajín diario de juegos, me será de mucha ayuda aquí – dijo con voz suave y gentil la hermana Jenica, aunque por supuesto, tambien con el acento de la región.

– El gusto es mío, me honra saberme bajo su enseñanza, espero serle de tanta ayuda como espera de mi – respondió Isobel tomando la mano de la joven monja.

– Eres un dulce, estoy segura de que nos llevaremos muy bien – dijo la hermana Jenica.

– Perdone la pregunta hermana, pero esta es la primera vez que veo a una monja ejerciendo una carrera de ciencia y me parece muy curioso, espero no incomodarla ¿Hay muchas como usted? – pregunto Isobel con curiosidad.

Jenica sonrió ante la normal duda de la chica, religión y ciencia no siempre coincidían en sus creencias, mientras la primera se sostenía en la fe ciega, la segunda necesitaba hechos, era normal que una monja medico fuera una extravagancia que se colocaba en medio de ambos mundos.

– No te preocupes querida, por supuesto, es normal que te sientas curiosa, yo ya era medico antes de tomar mis votos, siempre he creído que religión y ciencia no tienen que competir ni rechazarse, sé que es poco ortodoxo, pero en realidad lo creo así, creo que la fe es una buena aliada de la ciencia cuando esta no logra explicarlo todo y por eso es que dedico mi vida demostrarlo, yo pertenezco a la orden del Sagrado Corazón que reúne hermanas con conocimiento de medicina y también militares, cada una de mis hermanas y yo intentamos cambiar tradiciones a nuestra manera, aunque suene extraño, no somos muchas pero hacemos lo que podemos para contribuir al bien de nuestro mundo – respondió con cálida sinceridad la joven monja.

– Aunque no lo creas la hermana Jenica tiene ya treinta años, y fue un verdadero prodigio cuando estudio medicina y al igual que tú se recibió antes, pero ella tiene su propia manera de hacer las cosas y todos aquí respetamos eso – dijo Emmeran sorprendiendo aún más a Isobel.

– Es increíble, luce muy joven, por un momento creí que teníamos la misma edad – dijo la hermosa castaña realmente asombrada.

– Me favorece mucho señorita Bennet y se lo agradezco – respondió la hermana Jenica ante el alago regalado por la joven.

– Por favor, llámeme Isobel hermana, realmente me encantaría llevarme muy bien con usted – dijo Isobel con una sonrisa.

– Entonces así será Isobel – respondió la hermana Jenica.

– Doctor Antonescu, por favor, a llegado otro paciente con heridas en el cuello, parece ser que el animal de nuevo ataco – la voz de una enfermera interrumpía el agradable momento.

El semblante de él doctor Emmeran, así como el de la hermana Jenica se ensombreció, desconcertando a Isobel por un momento.

– Quédate con la hermana Jenica, Isobel, es común recibir este tipo de pacientes que suelen aventurarse demasiado en los bosques de los Cárpatos, ya se sabe que en esos parajes hay animales salvajes y por eso se les recomienda a los turistas no adentrarse a lo mas profundo de ellos, pero nunca ha de faltar el alpinista o curioso que atraído por las leyendas se adentra demasiado sin conocer el terreno, si necesitas algo puedes pedírmelo con confianza – dijo el apuesto medico para luego marcharse.

Isobel sin embargo se sintió curiosa por el primer semblante reflejado en sus superiores, sin embargo, supuso que tal como dijo su jefe, aquellos eventos eran algo demasiado común y los fastidiaba.

– Es curioso…solo hace un par de días desde la ultima niebla y parece que esta noche bajara de nuevo – dijo repentinamente la hermana Jenica mirando con preocupación hacia los bosques que rodeaban a la vieja abadía.

– Mi abuelo me ha dicho que no es bueno salir cuando llega la niebla, aunque no se porque, parece que a usted tambien le preocupa – dijo Isobel mirando el semblante serio de la joven monja.

Jenica miraba hacia los bosques, aun era un día muy hermoso, el sol brillaba en lo alto, pero la neblina comenzaba a asomarse desde la abadía…aquello no podía ser bueno…habría muchos mas heridos.

– Es una vieja leyenda que se cuenta en los bosques de los Cárpatos – dijo la hermana Jenica para luego rezar aquella antigua leyenda.

Aquellos que moran en las penumbras de la noche, domadores de lobos que reinan sobre las bestias nocturnas…llegarán entre la niebla a robar aquello que derramo cristo en su costado, el maná prohibido de los hijos de dios que viven en la luz…alejaos de la niebla que reine la gran noche o eternamente a las filas del maligno se unirán para confinarse en las tinieblas eternamente.

Isobel no creía en nada de eso, seres como vampiros, espíritus o demonios no eran mas que el producto de la vivida imaginación de escritores o ancianos, ni siquiera creía en dios, solo la ciencia tenia las respuestas de aquello que la mayoría no comprendía, así debía ser.

– Suena algo aterrador a decir verdad…mi abuelo me lo ha dicho, pero sin ofenderla no creo en seres sobrenaturales, me gustan las películas de vampiros, pero no puedo creer que sean reales…espero no ofenderla hermana – dijo Isobel con sinceridad.

– No me ofendes querida Isobel, pero puedo asegurarte que hay horrores que son terriblemente reales…estas tierras han sido maldecidas desde hace mucho y allá afuera la mayoría de las personas crees en esas antiguas leyendas y por ello no se aventuran y se santiguan, por supuesto, es muy respetable tu opinión, sin embargo, te pido mantener tu mente y ojos muy abiertos…no sabes lo que se esconde en las sombras de las viejas montañas y los vetustos bosques – respondió la hermana Jenica.

La tarde había caído, el primer día de trabajo había sido relativamente tranquilo, había atendido solo a un par de niños que se habían lastimado al caer de un tejado intentando bajar una pelota, afortunadamente no se habían lastimado seriamente, tan solo unos cuantas contusiones y raspones habían sido el resultado de su osada aventura infantil, no había vuelto a tocar el tema de las leyendas locales con la hermana Jenica, no quería ofender a la amable monja con sus comentarios ateos, recogiendo su bicicleta Isobel regresaba a casa, el cielo se coloreaba poco a poco de tintes cada vez más oscuros, estaba anocheciendo, debía apresurarse a llegar a casa antes de que su abuelo saliera con su rifle cargado de balas de plata a disparar a los monstruos imaginarios.

Mirando en dirección a la antigua Abadía podía ver la espesa neblina que comenzaba a descender desde los bosques que la rodeaban, la gente en las calles se notaba temerosa, las madres apresuraban a sus pequeños hijos para meterlos dentro de sus casas, los locales cerraban sus pesadas cortinas de acero aun y cuando apenas eran las siete de la tarde y seguramente podían seguir vendiendo…todos los pobladores de ese lugar parecían ser muy supersticiosos, pero lo suponía normal ya que aunque era un pueblo moderno aun tenia muy arraigadas las viejas costumbres y sus leyendas aún se sentían muy vivas para todos ellos.

Finalmente la casona de su abuelo saltaba a la vista, sin embargo la figura de un hombre sumamente alto se encontraba de pie justo en la esquina antes de llegar, acercándose en su bicicleta pudo apreciar mejor a aquel misterioso hombre, sus labios se entreabrieron en asombro, era sin duda el hombre más hermoso que jamás hubiese visto, su piel era pálida como el alabastro, sus labios eran tan rojos como el carmín, su perfil era marfilado, tan perfecto que parecía haber sido tallado por Miguel Ángel…sus ojos eran de un color extraño, parecían ser semejantes al ámbar pero brillaban de una manera sobrenatural…era un verdadero adonis vestido completamente de negro.

Sin detener su marcha Isobel observo a aquel hermoso hombre sin perder detalle y a su vez este la observaba a ella con detenimiento…con melancolía…mirando hacia su casa miraba a su abuelo que ya la esperaba en la entrada sosteniendo su viejo rifle con él, volteando a mirar una vez más a aquel misterioso desconocido pudo ver que este ya se había marchado.

– Apresúrate, la niebla ya casi está aquí, no debemos quedarnos afuera – dijo el viejo Velkan a su nieta apresurándola a entrar.

Viejas leyendas, hombres misteriosos…Sibiu parecía un verdadero lugar de mitos y monstruos como describía Bram Stoker en su libro de Drácula…los ojos de aquel hombre sin embargo se habían quedado grabados en su mente… ¿Quién podría ser aquel extraño tan terriblemente parecido a aquel que en sus sueños se ocultaba en las sombras? Isobel Bennet no sabía lo que aquellos bosques tenían para ella…aquellas leyendas quizás…no mentían.

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