La tarde caía con su manto de colores rojizos sobre el valle, el cielo se apreciaba tan hermoso que parecía una pintura renacentista, admirando con sus ojos celestes la hermosura a su alrededor, Isobel meditaba en silencio sobre los hechos recientes, la gente en el pueblo comenzaba ya a guardarse dentro de sus hogares, las madres, de nueva cuenta, apresuraban a sus pequeños hijos a ingresar con premura a sus casas, los locatarios bajaban las pesadas cortinas de sus locales insistiendo a los turistas en recogerse temprano de las calles, tan solo el dueño del pub que se hallaba en pleno centro del pueblo, frente a la hermosa y antigua catedral, permanecía abierto para recibir a los aventurados que se atrevían a salir por las noches, aunque, por supuesto, armado hasta los dientes, además, cada entrada al recinto estaba cubierta con flores de ajos y afiches religiosos que habían sido bendecidos por el sacerdote del pueblo, tambi&ea
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