La mañana en la oficina comenzó con un aire de inquietud. Dana se sentó en su nuevo escritorio, que aún olía a pintura fresca. Aunque las tensiones entre ella y Felipe parecían haberse calmado en casa, la atmósfera en el trabajo era diferente. Ser subdirectora implicaba una gran responsabilidad, pero también un peso que a veces parecía insoportable.
Las miradas de sus compañeros eran elocuentes; algunas eran de admiración, pero muchas otras estaban llenas de desdén. En particular, un grupo de mujeres en el departamento de marketing había comenzado a murmurar a sus espaldas. Dana no podía ignorar los comentarios sobre su falta de experiencia y la forma en que había conseguido su puesto.
En la sala de descanso, Laura, Beatriz y Marta se reunieron para discutir la situación de Dana.
—No puedo creer que ella sea la subdirectora. ¿Quién se cree? —dijo Laura, con voz baja.
—Exacto. Solo porque está casada con Felipe, ahora tiene este puesto. No tiene la experiencia necesaria —asintió Beatri