Maddi se miró el antebrazo, donde una mancha de sangre se había secado y negó.
—Sí y no —respondió y ante la pregunta interrogante de James le sonrió un poquito—. Sí, es sangre. No, no es mía.
—¿Entonces de quién es, Maddi? ¿Qué fuiste a hacer?
Ella respiró profundamente.
—No fui a hacer algo...