—¡Ya entra, James! —exclamó ella poniéndole los ojos en blanco—. Y amarra el caballo por ahí no sea que se te vaya.
—Tú ríete, pero de niño tuve un poni —replicó él.
Saltó la baranda del balcón y le mostró lo que llevaba en las manos.
—¡Uy, uy, uy! Helado de menta. ¿Te he dicho que eres el mejor?