—¡Gracias! ¿Quieres que te tome la palabra?
—¿Eh...? —Meli pasó saliva y se quedó mirándolo aturdida, porque no había un lugar mejor para perderse que en ese mar que eran los ojos de Nathan King.
Su mirada era profunda y penetrante, y Meli se sentía atraída por aquel fuego que parecía siempre arde