— ¡HAS HECHO LA ELECCIÓN, LYCAN, NO ACEPTO ESTE DESTINO! — Rugió la bestia en mi mente, arrojándonos sin piedad al agua gélida. La corriente se volvía avasalladora; nadar contra ella era una lucha ardua. El frío penetrante hacía que las articulaciones se endurecieran.
— ¿Intentando anticipar tu muerte, incluso antes de cumplir tu destino, rey Lycan? — La voz de la Diosa Luna resonó en el ambiente.
— Diosa, si no te importa, estoy un poco ocupado ahora. — Gruñí, nadando hacia las orillas, tratando de escapar de los embates del agua tumultuosa mientras las presas chocaban.
— En momentos como este, mis súbditos suelen clamar por mi ayuda, Alfa. — La voz de la deidad adquirió un tono más cercano, como si se estuviera acercando.
— ¿Lo hacen antes o después de que sus destinos sean moldeados por los caprichos de los dioses? — Respondí jadeante al emerger del agua, sacudiendo el pelaje empapado para liberarme del frío implacable.
— Siempre has sido un lobo terco, desde cachorro. — En su form