42. Rompiendo la barrera de la desconfianza
No hay límites en estos instantes. Por más que se diga a sí misma que debe ocultar lo que Giancarlo le hace sentir, cada vez que es su aliento quien choca contra su piel y sus manos la toman de forma posesiva cualquier pensamiento de negación pierde valor.
Por más que intente alejarse, la atracción innata con su enemigo es voraz, y devora lo que había creído que era lo correcto: no desearlo como hombre.
Qué fatal mentira, y una mentira así lo único que hace es restregarle en la cara que Giancarlo tiene un poder en ella que no sabe cómo o cuándo surgió, pero puede convertirla en una mujer sumisa si así lo quiere. Hasta ese punto ha llegado Angelina.
Y mientras lo besa, tampoco piensa con claridad.
Sus labios son un antojo a sus deseos, y a lo que han venido aumentando desde que ambos se proclamaron como la pertenencia del otro. Esa posesividad que no calla y aumenta sus más profundos deseos.
Con ansias aumenta el desesperado movimiento de su boca contra la suya, una especie de remo