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CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

Limpiando sus lágrimas, subió hasta la habitación donde Natalia debería de estar, no quería que ella la viera de esa manera quería simplemente darle lo mejor de ella, lo que no le había dado en tanto tiempo. Era cierto que a Natalia no le habían quitado las vendas de los ojos pero eso no implicaba que no pudiera sentir y ella, ya podía saber qué era eso de lo que hablaba la gente que se quedaba ciega. Sus sentidos, el escuchar, el sentido del gusto simplemente el sentido del sentir, se agudizaba.

Sin ver a su amiga ya podía saber que era ella, que su energía era más pesada que otras veces, no solo eso había escuchado parte de lo que Amelia había discutido con Santiago.

—Natalia, ¿cómo estás? Lo siento tanto, tuve que hacer muchas cosas, andaba para allá y para acá, fui al hospital, tuve que ir a la empresa, en fin...

—Tranquila —dijo Natalia al momento que Amelia se aceleraba por hablar —. Tranquila, Amelia. Lo importante es que estás aquí.

Amelia sintió que esas palabras le devolvían
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