Jefe, suya una noche
Jefe, suya una noche
Por: Lila Steph
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Tras graduarse de la universidad y gracias a su padre, Lily consiguió un pequeño puesto como administradora en un restaurante de comida rápida, donde los pollos fritos cautivaban a todos los habitantes de su ciudad y, no obstante, la comida era algo que le motivaba en demasía, no quería ser administradora en un restaurante.

Ella soñaba con ser editora.

Ojalá de una revista que pudiera cambiar el mundo. Que pudiera motivar a otros, así como la comida la motivaba a ella.

Duró apenas dos semanas como administradora y vendedora de pollos y, al siguiente lunes, se escabulló por su casa sin que nadie conociera sus verdaderos planes y viajó hasta la cuna de las revistas más importantes.

Caminó por esas pintorescas calles con la boca abierta. Llevaba muchos años sin visitar ese lugar y, sin dudas, se sintió fuera de lugar. Como un bicho raro.

Vestía terrible y, sin embargo, se había esforzado por llevar ropa formal, su estilo de anciana no encajaba con esas jovencitas elegantes que se pavoneaban por las avenidas en tacones y con vestidos ajustados que dejaban entrever la delgadez de la que sufrían.

Lily se miró las caderas y supo que ella jamás podría deshacerse de ese material extra con el que había sido bendecida.

Se acercó al edificio Revues con una gran sonrisa en la cara. Había soñado con ese momento toda su vida, desde que apenas era una niña y, si bien, las piernas le tiritaban por todas las emociones que estaba enfrentando, nada la detuvo en ese momento.

Caminó hacia el mostrador y pidió reunirse con la encargada de recursos humanos, con quien ya había hablado con anterioridad por teléfono y, quien, en ese momento, esperaba a por ella.

Como Revues siempre necesitaba nuevos empleados para sus diversas revistas, Lily tenía esperanzas de encontrar un puesto que se ajustara a ella y, si no, Lily se adecuaría a ese puesto.

Estaba dispuesta a todo con tal de trabajar para Revues.

Y en Revues.

—Lily López —saludó la encargada de recursos humanos y le dio una miradita de pies a cabeza—. Bienvenida a Revues.

Forzó una sonrisa para no hacerla sentir mal y la invitó a sentarse frente a ella en el amplio escritorio.

Lily se rio nerviosa y cogió su gran bolso para ponerse cómoda. Estaba tiritando y, si bien, sabía que tenía que mantener la boca cerrada para no dar una mala primera impresión, no pudo contenerse y terminó soltando todo su vómito verbal.

—Muchas gracias, en serio, muchas gracias —repitió apurada—. Usted no sabe cuántas veces soñé con este momento. De que era niña leía su revista a escondidas y ahorraba cada semana para coleccionar cada ejemplar. Coleccioné las cartas del editor por diez años.

La mujer que intentaba leer su currículo se quedó boquiabierta y solo sonrió para terminar toda esa emotiva historia que acababa de contarle. Lamentablemente, todas las postulantes contaban la misma aburrida historia.

—Bueno, Lily… —La mujer revisó los documentos a su lado—. Por ahora, solo tengo vacante un puesto de trabajo.

Las dos mujeres se miraron a los ojos con ansia. Lily quería saber cuál era ese bendito puesto, pero la encargada de recursos humanos no se dignaba a decir nada.

El suspenso iba a volverla loca.

—¿Y con mi currículo podría postular? —preguntó Lily tras razonar algunos segundos.

No quería oírse muy desesperada, pero tampoco evidenciar desinterés.

—No necesitas postular —explicó la mujer—. Ya no hay más postulantes para este puesto. —Lily apretó el ceño—. Es para asistente del redactor jefe. Y, en mi experiencia, creo que eres perfecta para el puesto.

Lily abrió grandes ojos y se llenó de satisfacción al oír aquello.

No obstante, entre sus planes no estaba la idea de ser asistente de nadie, el solo hecho de saber que podría estar cerca de un editor jefe, y cerca de Connor Rossi, el gran editor y dueño de Revues, la hacía cambiar de parecer respecto a todo lo que había soñado.

—¿Puedo saber por qué no hay más postulantes? —inquirió con temor.

Sabía que había alguna trampa. Todo le resultaba demasiado fácil.

La encargada de recursos humanos contuvo una risita y su rostro entero dibujó una mueca que llevó a Lily a entrever que algo más estaba ocurriendo detrás de ese vacante que ella iba a ocupar.

—Las exigencias del Señor Rossi reducen la lista de postulantes, pero, como dije antes, tú eres perfecta —mintió la mujer y le regaló una fingida sonrisa.

Lily supo que le estaban mintiendo y podría haberse negado en ese momento, pero, trabajar para un editor jefe y en una prestigiosa revista, era más importante que cualquier otra cosa.

No quería negarse y luego arrepentirse toda su vida, así que se atrevió a dar el gran salto, aun cuando no sabía en que aguas se estaba sumergiendo.

—¿Dónde firmo? —preguntó atrevida.

Sabía que, si algo salía mal, podía renunciar y fin del asunto.

Tras firmar su primer contrato de trabajo, Lily se fue a casa con el corazón lleno de contento, aunque con una espinita que le incomodaba cada vez que pensaba en la facilidad de las cosas.

Tenía que darle las grandes noticias a su familia y, no obstante, sabía que su padre no se tomaría bien su nueva decisión, estaba dispuesta a todo con tal de hallar un poco de independencia y de hacer algo que ella verdaderamente disfrutara.

—¿Contrataste a esa cosa? —preguntó una de las empleadas de Revues cuando vio a Lily con una copia de su contrato en la mano.

La mujer se largó a reír y se quedó mirando a Lily a través de los cristales que las separaban.

Era un desastre. Vestía una falda negra bajo la rodilla. Una camisa blanca con estampados negros, lo que la hacía lucir como una vaca. Y zapatos bajos y gruesos que solo hacían que sus tobillos se vieran hinchados. Parecía un taco relleno con medias baratas y zapatos de liquidación.

—Encaja perfecto con lo que el Señor Rossi quiere, ¿no? —se burló.

—¡No, claro que no! —se rio la otra empleada—. Cuando la vea, la va a sacar a patadas.

La encargada de recursos humanos chasqueó la lengua y agitó su dedo índice con movimientos negativos. Volteó en su silla, dejando atrás a Lily y se enfocó en su compañera, la que la miraba con grandes ojos, a la espera de la verdad.

—Yo estoy hablando del señor Rossi —dijo la encargada—. Connor Rossi, no del desgraciado de su hijo.

Sus muecas fueron de desagradado.

Por supuesto que ella también había caído en las redes de Christopher Rossi, el hijo mayor de Connor Rossi y heredero del gran imperio de Revues.

—No entiendo… —murmuró la otra empleada— ¿El señor Rossi te pidió que contrataras a una gorda fea como asistente de su hijo?

La encargada de recursos humanos se largó a reír.

—Y con esas mismas palabras —confirmó con tono triunfante—. Al parecer, no quiere que su hijo tenga distracciones ahora que es el jefe editor y una gorda fea es perfecta para el puesto de asistente.

Las dos se rieron y miraron otra vez a Lily.

La pobre seguía celebrando afuera, aun incrédula por lo que acababa de suceder.

Acababa de conseguir su primer contrato de trabajo y, por si fuera poco, trabajaría junto a un Rossi.

Aunque, lo que no sabía era que, trabajaría para Christopher Rossi, el soltero más codiciado del país y quien pondría todo su mundo de cabeza.

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