El fin de semana fue un borrón para mí. Mis amigas hicieron todo y mucho más para intentar animarme e incluso para convencerme de que no debía dejar a Alessandro, pero no podía estar entre él y su hijo y sabía que esa mujer me haría la vida imposible, no lo soportaría.
El lunes, cuando llegué a trabajar, Junqueira me abordó en la entrada del edificio.
—¡Pero qué haces todavía aquí, vagabunda! —gritó parándose frente a mí. Intenté rodearlo y pasar, pero no me dejó y me sujetó del brazo—. Te hice una pregunta, ordinaria.
—Suéltame —jalé mi brazo de sus garras—. ¡Trabajo aquí!
—¡No trabajas aquí! Voy a exigir que Alessandro te despida —dijo con los ojos brillando de rabia.
—Hazlo —dije y le di la espalda.
Cuando Junqueira vino a sujetarme para impedir que entrara al edificio, el guardia Denis se colocó entre nosotros.
—No moleste a la señorita. Está advertido de que no se acerque a ella —dijo Denis y entró al edificio conmigo.
—Gracias, Denis —agradecí cuando entramos al ascensor.
—No tie