“Junqueira”
Me recosté en la cama y encendí un cigarrillo, exhalando el humo y viéndolo desaparecer. Sonreí y le dije a la mujer que estaba a mi lado:
—¡Felicidades, querida! Lo hiciste genial otra vez. Voy a transferirte dinero para que puedas comprarte algo muy bonito. —Sonreí pensando en su marido, que la creía una santa—. No sé cómo el idiota de tu marido no sospecha de dónde viene tu dinero.
Miré a mi amante, desnuda a mi lado. No era la primera vez que me daba información y me hacía pequeños trabajos; llevábamos años siendo amantes y nadie había sospechado. Era mentirosa y eso me gustaba. Se rió cuando le pregunté por su marido, me quitó el cigarrillo de la mano, le dio una calada y dijo:
—Mi marido es un idiota. Cree que todo lo que compro es falso y que uso bisutería. Es tan estúpido como Meléndez, que no ve lo que pasa delante de sus narices. Pero no entiendo cómo un idiota como él puede tener un imperio como el Grupo Meléndez, sobre todo porque su padre también era un tonto