Capítulo 2

La flamante reunión fue bastante aburrida. La política nunca me ha gustado, pese a que nací en una familia que ha hecho parte de ella generación tras generación. Pero lo más irritante de todo fue tener que fingir frente a tantas personas que tengo un matrimonio perfecto, envidiable y de ensueño, cuando la realidad es muy diferente.

Sonreír falsamente e ir del brazo de Amir como si fuéramos la pareja del año fue suficiente para terminar de entender que ya no sentía nada por él. Cuando lo conocí era un jovencito agradable y sencillo, que soñaba con ser el mejor médico del país y ayudar a todo aquel que lo necesitara, pero en vista de que su padre lo obligó a ser parte de la política, no tuvo más opción que ir por el lado contrario de su camino y cambió mucho su forma de ser. Ahora es un hombre prepotente, egocéntrico y autoritario, que solo busca beneficiarse sin importar lo que suceda o haga.

El choque que tuve anoche no pasó a mayores, solo fue un leve golpe que arruinó una de las luces de mi auto, pero ni siquiera tuvo el detalle de preguntarme si me encontraba bien. Aunque teniéndome de frente sabía que no me había sucedido nada, me dolió y me puso a pensar que no mostrara ninguna preocupación por mí. Esperaba que me preguntara lo del choque, pero a él solo le interesaba la dichosa campaña y quedar bien ante todos los presentes.

Esos son los detalles que me hacen seguir pensando que entre nosotros ya no existe nada más que la costumbre. Me abrazó y me besó porque teníamos la prensa y las miradas de sus seguidores encima, más no porque le naciera del corazón hacerlo. Sus besos son tan fríos, secos y desagradables, ya no saben lo mismo. Su tacto no es grato y no desestabiliza mi sistema como en el pasado. En sus brazos ya no encuentro ningún tipo de refugio, todo lo contrario, me sentí incómoda cuando me abrazó de esa manera tan forzosa.

Cada día me convenzo más de que lo nuestro ya no tiene sentido ni forma. He pensado en pedirle el divorcio, porque sinceramente no veo que vayamos al mismo son y por la misma senda, pero sé que se negará a dármelo en este momento donde su carrera política está empezando a tomar fuerza. Además de que nuestras familias no permitirán que nos separemos de buenas a primeras, pues sería catastrófico para sus partidos políticos.

Detesto ser acechada por la prensa y por las personas como si uno fuese un ser de otro mundo hecho a la perfección. Un político, por más bueno que sea, siempre le van a buscar el quiebre en cualquier lugar, empezando por la familia. Cualquier error, por más mínimo que sea, lo condenan a muerte como si hubiese matado a sangre fría a Dios. Ese es uno de los motivos por lo que no me gusta la política, porque no hay vida privada ni libertad al día a día.

No me gusta moverme en los autos de Amir, mucho menos llevar guardaespaldas velando cada uno de los pasos que dé, pero en vista de que llevaron mi auto a un taller, no tuve más opción que aceptar ir con el jefe de seguridad.

—¿A dónde se dirige, Sra. Daurella? —inquirió el hombre e hice mala cara al usar el apellido de Amir en mí—. ¿A la boutique?

—No, llévame al taller donde dejaron mi auto ayer, por favor.

—Sí, señora.

Aníbal se puso en marcha y me perdí en mis pensamientos, tratando de encontrar la manera de hablar con Amir sobre esto que ya no tiene sentido. No me gustaría pasar lo que me resta de vida atada a un matrimonio donde no hay amor ni cariño y ya no soy feliz, donde debo conformarme con la costumbre de estar a su lado y recibir únicamente los tratos cariñosos frente a las miradas curiosas.

Yo merezco más, un amor bonito y que me brinde todo lo que su corazón le dicte. Que me bese y me abrace porque le nace, no porque esté obligado a hacerlo. Merezco amar con fuerza y pasión y ser amada con el mismo sentimiento.

Entre pensamientos y divagaciones, llegamos pronto al taller. Espero que mi auto ya esté reparado, porque no me gustaría estar haciendo mis diligencias con Aníbal y el otro guardaespaldas.

Me apresuré a bajar, pues debía darme prisa porque tenía que recibir mercancía. Había un chico bastante jovencito en mi auto, haciendo la reparación de la luz, lo que me tranquilizó un poco.

—Buenos días, señorita. ¿En qué le podemos ayudar? —dijo una gruesa y varonil voz, saliendo del interior de una camioneta.

—Buenos días. Vengo por mi auto —lo miré de reojo, pues estaba escribiéndole a una de las chicas que me ayuda en la tienda que se hiciera cargo de la mercancía—. Una pregunta, ¿será que tarda mucho en hacer el arreglo? Necesito el auto con suma urgencia.

—Tal vez una hora más, pero con gusto puede esperar aquí —levanté la cabeza al escuchar el chirrido de una silla—. Está limpia, se lo aseguro. Todos los días madrugo a hacerle aseo a todo esto, Will da fe de ello, ¿no es así?.

No sé qué me dejó sin palabras, si el color de ojos del hombre frente a mí o esa sonrisa tan perfecta y bonita que se dibujó en su rostro. El mecánico tenía las manos sucias, el overol cubierto de grasa y tierra, y de su frente caían las gotas de sudor, pero para nada se veía desagradable. Todo lo contrario, el hombre es muy atractivo. Esa mirada avellana es sumamente envolvente.

—Doy fe de ello, patrón.

—No me digas así, ya estoy cansado de repetirlo —negó, esbozando una sonrisa más amplía y mortal—. Este chico no entiende cuando le hablo.

—¿Eres el dueño del taller? —pregunté, sin poder apartar la mirada de sus ojos.

—Así es —me extendió su mano y por inercia la recibí, recibiendo no solo un firme apretón, sino también sintiendo escalofríos por la piel—. Amaro Jensen a su servicio.

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