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InicioInstrucciones para restablecer el Destino
Instrucciones para restablecer el Destino

Instrucciones para restablecer el DestinoES

Romántica
Aura Cathartes  Completo
goodnovel16goodnovel
9.9
Reseñas insuficientes
120Capítulos
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Resumen
Índice

Sinopsis

MatrimoniobxgAmorProtectordificultadescrecimiento del personaje

Dispuesto a enmendar los errores del pasado, Jordan se propone recuperar a Brenda, la mujer que ha amado toda la vida y de la que se separó hace catorce años bajo circunstancias azarosas. Pero no cuenta con que la misión para restablecer su destino será mucho más difícil de lo que él había imaginado, pues las intenciones de Brenda son opuestas, y porque el perdón y el olvido nunca ocurren de manera milagrosa.

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Instrucciones para restablecer el Destino Novelas Online Descarga gratuita de PDF

Último capítulo

  • 120 | Sobre la autora

    Aura Cathartes es el pseudónimo de Jeanette Realpe Castillo (Quito-Ecuador, 1980). Es escritora, antropóloga visual y diseñadora gráfica. Tiene un máster en Creación Literaria por la Universidad Internacional de Valencia y ha publicado relatos de autoficción, realismo y ficción especulativa en diversas revistas literarias en países como España, México, Argentina, Perú y Ecuador. Instrucciones para restablecer el Destino nace de dos vertientes: un componente autobiográfico que permitió la creación del personaje de Brenda y la vida y trayectoria de una celebridad estadounidense, a quien yo personalmente considero como el hombre más hermoso del mundo, a quien admiro mucho y que es un gran amor platónico, y que sirvió de inspiración para la construcción del personaje de Jordan, protagonista de esta historia. Las vidas ficcionalizadas de estos dos personajes se funden y entremezclan para crear una novela romántica,

  • 119 | Instrucciones para ¿restablecer? el Destino

    Las heridas no sanan para siempre. Digamos que las mías ni siquiera se curan, en primer lugar. Soy el equivalente a una hemofílica emocional. Mis traumas supurarán por la eternidad, al amparo de mis neurosis y mi orgullo y dignidad heridas. Los tres pilares de la autodestrucción femenina. De mi autodestrucción personal. Decir que he perdonado a mi marido sería un overstatement en toda regla, como dice él. Aquella noche me di cuenta, cuando fue Paula, y no Christian Abadid (A.K.A. el imbécil), quien puso el dedo sobre la llaga, de la mano de Hadid, mi bellísimo ex amante resentido de por vida. –Elijo a Brenda para el siguiente reto–. Bueno, después de todo, habibi no me había ninguneado. En eso le doy el crédito. Mi ego había sido restaurado, al menos, por el momento–. ¿Verdad o desafío, linda? Pero, de que quería joderme no cabía la menor duda. Quizás esperó que le respondiera desafío, el equivalente social al menor de los ma

  • 118 | Verdad o desafío

    Jamás me han gustado las dinámicas de grupo. Son el anticlimático riesgo de muerte social de los introvertidos. Y si existe una que sea peor que el yo nunca nunca, ese es el desastroso verdad o desafío. El juego preferido de Christian Abadid y de Paula. Y el que correspondería con mi descenso a los infiernos. Ya les he hablado de esto, de modo que no se trata de ninguna novedad. De lo que pasó, de la forma en la que confesé a una manga de desconocidos mis anhelos más profundos en el pasado, pero creo que llegó la hora de contextualizar. Y de cerrar, de una vez por todas, ese penoso círculo. Para entonces ya me había tomado mi segunda o tercera Stella. La única variedad de cerveza tolerable para mi sistema digestivo por entonces, resentido ya por los trastornos de ansiedad previos y sus repercusiones somáticas. –¿Lo quieren a la manera relajada o sexy? –preguntó mi prima al corro de invitados–. Claro, obviamente que sí. Ahora me acor

  • 117 | Paula está de fiesta

    Enero de 2020, fecha indeterminada. Es todo lo que recuerdo a manera de datos contextuales. También, que se trataba del cumpleaños de mi prima Paula, en ausencia de su marido, el imbécil, quien por suerte se encontraba “de gira” por una de sus quintas de la sierra, e impedido de asistir al onomástico de su propia esposa. Nadie podía creer semejante payasada, pero para no hacer sentir mal a mi prima, todos asentimos en silencio. En especial yo. Y feliz. El departamento de ese par de giles se encuentra ubicado en las colinas más fancy de la Capital. En un edificio aterrazado que ofrece la que es quizás la vista más espectacular de la ciudad y de la cordillera de los Andes a cualquier hora del día. Si no fuera porque Christian Abadid vivía ahí, habría sido, con seguridad, mi espacio físico ideal para pasar una noche en compañía de una copa de Merlot y música indie. Nathaniel es mi chofer personal en esta ocasión. Asiste conmigo a regañadientes.

  • 116 | 2666 páginas

    El día de hoy, Jordan se levantará de buen humor. No sabe muy bien lo que le espera, pero será bueno. Y Brenda lo sabe. Abril durmió bien, apenas si necesitaron alimentarla en la madrugada. Jay se encargó de eso, como casi siempre. A Brenda no se le da bien eso de la abnegación. Ella prefiere dormir, y no siente culpa alguna por ello. Su marido se encarga. Y ella lo sabe. Por primera vez, tiene certeza de ello. A manera de tácito reconocimiento, Bren se levantará a las cinco de la mañana para prepararle el desayuno. Este hecho le cuesta poco, porque ella duerme poco. Cuatro horas, en el mejor de los casos. Es una condición relativamente nueva, desarrollada a raíz de la depresión crónica y los ataques de ansiedad producidos por la etapa poliamorosa que vivió con su pareja y a su despecho. No ha podido superar todavía ese efecto secundario, aunque ya no se encuentre tan triste. El desayuno americano le despertará el deseo de prepararlo para tres. Aunque Nathaniel cuide de comer grasa

  • 115 | La última sesión de Jordan

    ¿Le parece, doctora, que soy un caso perdido? A mi esposa, sí. Todos los hombres somos, de hecho, un caso perdido hasta que se demuestre lo contrario, a los ojos de ella. Brenda me lo ha dicho más de una vez. Y, pues, bueno. Hace décadas que yo me encasillé en esa denominación, para nunca más volver. Si es que existe un punto de retorno en todo aquello. Nuestra bebé de meses ya balbucea y conversa en su lenguaje ininteligible, y se ríe de nosotros y con nosotros. Y yo no podría ser más feliz. Bueno, sí podría, en realidad, si tan solo mi nena grande me perdonara, como lo ha hecho la pequeña. Pero eso tal vez no pase, quién sabe. A veces estamos bien, otras, no tanto. Es como si Brenda se hubiera ido para siempre, de viaje por un largo tiempo, y ahora que ha regresado, pues, no sé, ya no es la misma. Cambió para siempre. I know it’s my fault, too, doc. Entiendo que tengo una gran parte de la responsabilidad y que estoy dispuesto a cargar con l

  • 114 | Siblings

    Fragmentos de las sesiones individuales de terapia psicológica de Nathaniel K.R. Para facilitar la transcripción, se utilizará abreviaturas para el nombre del paciente y de la profesional a cargo. Nathaniel: N.; Terapeuta: T. Jueves, 24 de enero de 2019 T: Espero que te encuentres bien, Nathaniel. N: Hoy, menos que ayer. T: ¿Qué es lo que te ha afectado últimamente? N: Tú lo sabes de sobra. La “buena nueva” de mi madre no me ha sentado nada bien. T: ¿Qué es lo que te molesta, exactamente? N: No te sabría decir con seguridad, pero, desde que nos enteramos del hecho, no sé… estoy como… intranquilo. Más que antes, incluso. T: ¿A qué se debe? N: No es por mí, no creas que soy tan egoísta. Digo. Tengo diecinueve años. Voy a cumplir veinte ya mismo. No se trata de celos. O, bueno, tal vez un poco. Pero es algo más. Envidia, tal ve

  • 113 | Nathaniel y el restablecimiento del destino

    Fragmento de la sesión individual de terapia psicológica de Nathaniel K.R. Para facilitar la transcripción, se utilizará abreviaturas para cada uno de los nombres, tanto del paciente como de la profesional a cargo. Nathaniel: N.; Terapeuta: T. Fecha: Jueves, 13 de diciembre de 2018 T: ¿Cómo vamos esta semana, Nathaniel? N: Todo bien, supongo. T: ¿Supones? N: Contigo no se puede ni agregar muletillas sin que intentes descifrar su significado oculto. T: Todo significa. N: Supongo que estoy bien, porque no estoy seguro. T: ¿Qué te hace sentir inseguro? N: La permanente sensación de que algo marcha pésimo. T: ¿A qué parte de tu vida te refieres cuando afirmas que no camina bien? N: ¿Por descarte? A ver. En la universidad todo marchaba de maravilla. Mis calificaciones son buenas, siempre he sido un estudiante destacado. Así que

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120 chapters
1 | Una esposa se confiesa
Instrucciones para restablecer el Destino/Aura Cathartes
Siempre me he arrepentido de haber confesado a mis amigos –y a otros que no lo eran tanto– durante un verdad o desafío y bajo el efecto de un par de cervezas (porque nunca necesito más) que alguna vez deseé asesinar al hombre que hoy es mi esposo. Que no solo lo anhelé, como quien sueña ganar una medalla de oro en las olimpiadas sin haber entrenado ni un solo día. Sino que hasta llegué a planearlo durante años, en serio. Claro que mis intenciones nunca fueron, en realidad, ni tan realistas ni tan metódicas. Pero el deseo había, y la motivación, también. No pensaba en el crimen perfecto, sino más bien en un arrebato de locura temporal que me librara de la cárcel en el menor tiempo posible. Perder la custodia de mi hijo nunca fue una opción para mí. Planeaba criarlo dentro de la cárcel. Pero vamos hacia atrás. ¿Por qué una esposa desearía matar a su marido? Supongo que por multitud de razones. Ninguna de ellas es la mía, ya que, por entonces, no estábamos casa
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2 | Sueños de una chica mascota
Instrucciones para restablecer el Destino/Aura Cathartes
–¿Quieres bailar? –disparó él, unos segundos después de sentarse a mi lado y mirarme como si hubiese visto a una aparición. Yo no sabía bailar salsa. No sé hacerlo hasta ahora. De modo que me negué con toda la amabilidad de la que fui capaz. Por entonces, de regreso a 1997, un amargo cinismo había tomado mi vida, producto de la vorágine económica que devoraba a mi familia desde hacía cinco años. Él me gustaba demasiado, todavía –en realidad, nunca lo había olvidado–, pero por entonces tenía mejores cosas en qué pensar, y él solo habría supuesto otro dolor de cabeza para mí, si es que acaso. Pese a ser mi crush definitivo de la infancia, no podía olvidar en él la frialdad –cuando no crueldad– con la que trataba a las mujeres que buscaban su atención con cierta descarada ingenuidad. No le tenía ni un ápice de confianza. ... De regreso a 1992, diré que mi prima y mi hermana hicieron buenas migas con él. Convencidas como estaban de que no tenían ninguna
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3 | Niño rico, niña pobre
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–¿Cómo te llamabas? –Brenda. –Ah, ya me acuerdo. Brendita te decían, ¿verdad? –¿Y tú? –asentí primero y pregunté por cortesía después. En realidad, sabía no solo su nombre completo, sino hasta su fecha de nacimiento, su signo zodiacal y uno que otro dato biográfico de dudosa utilidad. –Jordan. –Ajá. No podía dar crédito a lo que pasaba en ese momento. De nuevo, en 1997, cinco años después de haberlo conocido y de enamorarme de él, cinco años después de que me ignorara sistemáticamente, él se aparece de la nada, en la fiesta de una amiga, para conversarme. Eso no podía acabar bien. Como yo andaba de muy malas pulgas –el vestido que me prestó mi prima (porque no había plata para comprar uno) me picaba en la espalda por las lentejuelas– me dediqué a mirar de cuando en cuando hacia atrás, para pillar a los amiguetes de este muchacho reír de la broma que yo pensé que me jugaba. Con cada pregunta insulsa que me hacía: ¿cómo está tu p
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4 | Ese bendito plan
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Nunca albergué la más mínima esperanza de que me visitara. Pero lo hizo. El lunes siguiente. Comenzamos a salir. Me recogía y me dejaba en mi casa, con la puntualidad de un reloj, en su auto-rojo-marca-coreana-de-semi-lujo. Mi padre estaba encantado. Al fin, una de sus hijas iba a darle la alegría de entroncarse con la burguesía local. Yo le dije que se adelantaba un poco, que no había posibilidad alguna de casarnos, por la misma razón por la que él soñaba que algo como eso pasaría en algún momento. –La gente como ellos no se casa con gente como nosotros, papá –le dije–. Yo no soy más que su proyecto personal. No me pienso hacer la dura, por supuesto que estaba enamorada de él. Hasta los tuétanos, vaya. Pero, de ahí a esperar que el matrimonio fuese nuestro destino, eran palabras mayores. Jamás pasaría. Eso es lo que pensaba yo. Pero me dejaba querer. Me llevaba a lugares (heladería, cine, playa, fiestas, caídas y miradores varios), lo costeaba todo y las chicas me e
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5 | Una canallada tras otra
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Se planificó que el parto se llevaría a cabo en suelo americano, el 9 de mayo de 1999 en el Boston General Hospital. Se nos emitió una visa diplomática para mí y mis padres. El trabajo de parto duró siete horas. Al final, tuvieron que hacerme una cesárea. Jordan no estuvo ahí para tomarme la mano antes de la anestesia, ni vomitó ni se desmayó, como lo había hecho mi padre cuando acompañó a madre en mi alumbramiento. Nadie sabía dónde estaba. Nadie, excepto y supongo, que el embajador. Apareció una vez que me trajeron al niño. Lo cargó cinco minutos, y los otros cinco caminó y regresó con sus propios pasos a lo largo de la habitación. Se abrazaba a sí mismo. Nunca lo había visto tan nervioso y menos paternal. Solía tener ángel con los niños –lo había atestiguado–, pero no con el suyo. Parecía quemarle entre las manos. Se despidió de mí con un beso en la frente, me acarició la cabeza y se marchó. No me sorprendió tanto como la forma en la que me dolió ese gesto. Les d
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6 | Un puñal y una estrategia
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Jordan era un canalla, lo acepto. Pero me había salvado la vida, a su manera. Se preguntarán ustedes, entonces, ¿por qué carajos quería asesinarlo? Inferirán que existe, al menos, una razón de peso para hacerlo. Aunque mi cerebro es capaz de encontrar muchas más.        Comenzó como una idea vaga sazonada por una acción directa. Me puse austera. Me dediqué a ahorrar. Guardaba el doble del dinero que destinaba, de forma usual, a un fondo de emergencia que sabía que nunca iba a necesitar. Abrí, para ello, otra cuenta. Necesitaría un abogado, uno bueno. Mujer, de preferencia, alguien que comprenda los recovecos de mi motivación. Ni modo que el embajador costeara la defensa de la asesina de su hijo. No, pues. Había que ser precavida. Comencé a indagar en internet sobre las leyes de Estados Unidos. Cuánto tiempo me darían por homicidio en primer grado, en segundo grado, agravado, simple. Cuánto por un alegato de demencia temporal. Había
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El problema es que Jordan me lo puso fácil en 2014. Nathaniel ya estaba grande, iba y venía del colegio en su bus de recorrido. Llegaría a las tres y media. Yo preparaba el almuerzo. Mi hijo tenía llave, de modo que me extrañó escuchar el timbre directo de mi puerta, sin mediación del portero. Cuando vi a Jordan a través de la mirilla, lo primero que sentí fue una efímera gana de orinar. La contuve y abrí la puerta. Lo habían dejado pasar como copropietario del departamento que era. El no abrir con su propia llave fue tan solo una deferencia de su parte. Porque bien podía, si le venía en gana. Había llegado a la Capital hace semanas. Nathaniel sabía lo de su divorcio, yo no. Nunca se molestó en decirlo. Adivino por qué. Le pregunté qué se le ofrecía (me refería a un café o un té), respondió que hablar conmigo. Le dije que Nathito regresaba a las tres y media, que bien podría esperarle (afuera). Reiteró entonces que no tenía intención de hablar con Nathito, sino conmigo. Le c
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Es necesario que justifique la naturaleza de mi obsesión malsana por mi actual esposa. De lo contrario, no me encontraría aquí para ofrecerle mi testimonio, sin ninguna obligación de hacerlo, más que la que demanda mi moral individual. Supongo que se trata de algo que se ha fraguado desde hace más de quince años, cuando me vi obligado a dejarla. Por entonces, ni siquiera estaba muy al tanto de mis sentimientos por Brenda. La quería, eso era seguro. Pero mi apego hacia ella obedecía más bien a otro orden de emociones, más allá de los dominios de la sensualidad más animal, que fueron, sin duda, los que me llevaron a alejarme de ella, en primer lugar. No sabría decirle por dónde empezar. No porque abunden los recuerdos de Brenda en el pasado, sino porque, en realidad, resultan ser muy pocos. Me ha sido imposible atreverme a confesarle que no recuerdo cuándo fue la primera vez que la vi, ni bajo qué circunstancias. Por entonces éramos jóvenes, y yo demasiado estúpido como para s
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