IRA - El hombre que no entendía asesinar
IRA - El hombre que no entendía asesinar
Por: Enrique Jesús
La justicia desorientada

       -Padre nuestro que estás en el cielo, por favor ayúdame a cumplir esta misión, ayúdeme a apuntar al lugar adecuado para acabar con esa peligrosa mujer. Perdona mis pecados… perdona mis pecados… perdona mis pecados…

                Oraba el tirador a veces en susurros otras veces con la voz muda del pensamiento. Con su ojo derecho buscaba a través de su mira telescópica, con el izquierdo la foto de su familia, que detrás tenía escrito un «¡Por favor no falles!» con letra de su hija. Imaginar a su hija diciendo esas palabras como súplica, aceleraba su corazón, y por eso había tomado tres comprimidos de calmantes, porque su pulso no lo podía traicionar.

-Ella es una mala persona. Padre nuestro que estás en el cielo, dame valor. –Hay oraciones que se hacen antes de obrar bien, antes de un partido deportivo, cuando deseas que algo te salga bien. Esta vez era extraño, porque si todo salía bien, una mujer moriría. Martín Alcántara era el hombre que oraba y apuntaba, hasta que encontró el mejor ángulo de tiro hacia la tarima de la plaza Alonso  Márquez de la ciudad de bravo, la capital. Una viva llovizna tapizó las calles y cada rincón. Miles de personas escuchaban con atención seducida  a Verónica, la mujer que debía ser eliminada. Un hombre de expresión alarmada se acercó a ella, le susurró al oído y tomó su mano, ella negó lentamente con su cabeza y la visible desilusión de su rostro la acercó al micrófono para expresar con su voz entrenada:

-El valor honesto de la vida poco a poco se va regulando al valor del dinero. 

Martín Alcántara escuchó a Verónica terminar la frase, y por su mira telescópica la ve intentando alejarse con apuro aferrada a la mano del hombre que la advirtió. El francotirador jaló el gatillo porque no había otra oportunidad, pero a veces en la vida, pequeñas combinaciones de factores transforman los destinos. El pichaque de la lluvia, el hierro desnudo de la tarima sin alfombra porque no dio tiempo de colocarla, el frio de los sueños de Verónica y su intento da salir corriendo la hicieron resbalar. Ella escuchaba los gritos nerviosos del público, veía en sus rostros un gesto trágico que no podía deberse a su resbalón, y se dio cuenta que estaba en lo cierto cuando vio la roja herida de bala en el pecho de su compañero. Una bala que no se escuchó al nacer pero que manchó de sangre rápidamente la tarima.

 «Un resbalón me salvó la vida» pensó sin agradecer a la suerte, aturdida y cansada por tantos obstáculos ridículos y despiadados.

-Corre compañera, tú eres necesaria.- Sugirió el hombre herido mientras el dolor de la muerte cercana lo desconectaba de la vida.

Ella, más avergonzada que asustada por lo ocurrido, nuevamente negó con su cabeza y allí se quedó con él. Otros se unieron para cubrirla y le gritaban que se pusiera a salvo. Un tipo alto y enfurecido que ayudaba en la muralla protectora fue derribado por un balazo en el pulmón derecho, ella volteó a mirar de dónde venían los disparos pero sus pupilas estaban ciegas de impotencia y desespero. Su guarda espaldas la levantó en brazos y la sacó de la tarima. A su retaguardia el muro humano los cubría, dos personas más cayeron, pero ella estaba a salvo.

-¿En qué carro llegaste?- preguntó su protector. –Buscaremos al culpable y le haremos pagar por esto.

-No hables como ellos. –Le respondió Verónica y señaló el carro que venía a su posición. Detrás de la tarima, las personas que quedaban se cubrían en cualquier lado de los disparos. Verónica entró al automóvil, y su mirada perdida apuntaba a la ventana de vidrio opaco que reflejaba su desilusión. No respondió a las preguntas del chofer sobre su estado de salud, pero sí respondió con un tic impaciente en su mejilla, cuando escuchó dos pitidos electrónicos debajo de ella…

Cinco horas antes.

El teléfono del soldado Martín Alcántara sonó, y al contestar se escuchó la voz del emisor instantáneamente, como si hubiera apretado “play” a una grabadora:

-Tu familia ha sido secuestrada. –Decía la voz, y debajo se escuchaban los gritos de su esposa como prueba del rapto. –Sabemos que eres uno de los mejores francotiradores de tu comisión. Tu misión es asesinar a Verónica Triana frente a su gente en la tarima de las cuatro de la tarde en la plaza Alonso Márquez. Elimina a esa farsante y tu familia estará de vuelta contigo. Ella es una mala persona, una amenaza, que no le conviene a la nación. Acaba con ella y tú familia estará bien.

Martín Alcántara se sentó. Juntó sus manos temblorosas y las apretó por la impotencia y la rabia. Corrió a su closet, sacó el gran estuche de su arma, y comenzó a montarla entre gimoteos, la impotencia lo desgarraba por su familia, la rabia lo obstinaba porque sabía que Verónica no era una mala persona, solo representaba cambios necesarios. Por eso era amada por muchos pero odiada por unos pocos hombres que contaban con mucho poder, y no les convenía. Ella era la esperanza de la gente desbordada en las calles que asistieron para escucharla, porque les devolvía las ganas de seguir luchando, de aspirar a vivir mejor.

La gran líder Verónica Triana, era una gran amenaza para los dirigentes de grupos políticos que no saben de la vida y que solo les importa la justicia de ellos. Esos de los que se sabe solo al encender el televisor o mirar un poste de luz en tiempos de campaña. Esa hermosa mujer era demasiado buena para su comprensión. Tan maravillosa que para Martín Alcántara era imposible creer en esas palabras. El truco cobarde y sucio de negociar trabajo por familia lo montó en la resignación, lo hizo ceder ante el chantaje, porque él  debía asesinarla, con todo el dolor de su moral pero con la esperanza de salvar a sus seres queridos. Por eso al apuntar con la mira desde su puesto de tiro, oraba y trataba de convencerse de que Verónica Triana era una mala persona para que no lo aplastase el peso del significado de matar a alguien útil y necesario.

Cuatro horas y cincuenta y cuatro minutos desde la llamada del secuestro, Martín Alcántara apretó el botón del control remoto para activar las bombas que había colocado en el auto donde trasladarían a Verónica. Cuando los dos pitidos electrónicos sonaron dentro del carro, hubo una explosión; Para los que estaban dentro, oscuridad y el respectivo silencio. Para la multitud,  un sonido ensordecedor y la luminosidad del fuego. Para la humanidad, vergüenza por haber aprendido a ver la muerte como solución, y para el pueblo, un desastre y el deceso de su esperanza.

«Un resbalón me salvó la vida y el otro me la quitará» Pensó Verónica antes de morir, refiriéndose al resbalón más importante de su vida: enfrentar inocentemente el poder con la verdad y la sensatez.  

Verónica Triana fue asesinada en los tiempos de una dictadura tan vieja como los que retenían el poder. Viejos sin memoria que vendían el país con un discurso utópico, intentando que nadie supiera todo lo que se estaban robando. Ese país fue tan llevado a la miseria, que a lo largo de los años se fue mencionando su nombre cada vez menos, hasta que el mundo se olvidó de ellos como país, de su nombre. Sus habitantes lo autonombraron Fórmica: un nombre con cierta referencia hacia las hormigas, porque sus habitantes se olvidaron de vivir para solo trabajar por sobrevivir. Y porque como las hormigas, cuando menos te lo esperas, te pueden picar. Como el nombre del país era una especie de advertencia al gobierno, en principio intentaron prohibir referirse a la nación con ese nombre. Era penado como traición, pero ellos estaban tan distraídos saqueando, que luego se les olvidó.  

Fórmica no existe en los mapas, por eso solo se sabe que está ubicada en algún lugar del planeta, extraviada entre los puntos cardinales. La muerte de Verónica Triana llevaba un mensaje fácil de entender, un mensaje contundente, les dejaba claro a sus seguidores que siempre es más fácil resignarse.

     Veintitrés años más tarde, deambulando de madrugada entre pensamientos, Justo Lara recordó a esa mujer que convirtieron en mártir por intentar revelarse ante sus gobernantes y su gran poder.  El Señor Alejandro, padre de Justo Lara, le hablaba de ella como si hubiera sido una heroína de película sin súper poderes. Y le decía que esos personajes hasta muertos son peligrosos.

Justo Lara pensaba en ella y lo inspiraba. No para revelarse ante sus gobernantes como ella, sino para seguir impartiendo el tipo de justicia que ellos no pueden manipular: la justicia humana, la justicia pura. Impartir, o imponer ese tipo extraño de justicia, esa que no dependía de jueces, de leyes ni de intérpretes o intereses personales y burocráticos, a veces era divertido, otras veces placentero, en ocasiones triste y en casi todas las otras, muy revelador. El método era bastante peculiar, ingenioso, y sinceramente cuestionable. Fue ideado por Justo Lara y perfeccionado por los mejores, incluyendo psiquiatras, psicólogos, médicos, ingenieros, físicos, químicos y expertos militares. Detrás del ideal del método hay un hombre, la idea nació en él. Pero lo decisivo del asunto, es que la idea haya nacido casualmente en la única persona capaz de ejecutarla. Él era un genio con un gran potencial, pero conocía sus límites, y por eso se respaldó con expertos y profesionales, que le ayudaron con enorme placer, sin saber a lo que estaban contribuyendo.

-Una persona, por violenta que sea. -Le planteaba Justo Lara a un profesor de antropología al que le pidió ayuda para una tesis "para la universidad" sobre el origen del violencia humana. -Si está acorralada y sin opciones, o con muy pocas opciones ¿Seguiría siendo violenta si se ve amenazada? -El profesor sonrió con gran satisfacción.

-Hijo, es la pregunta más interesante que me han hecho en los últimos años. Gracias. -Le expresó el profesor.

-Por eso acudo a usted, porque solo alguien que disfrute del tema sabría esa respuesta. -El profesor asintió.

-Lo primero que te debo recordar, es que cuando se trata de comportamiento humano no hay nada concreto ¿Si? -Justo Lara movió su cabeza de arriba a abajo para confirmarle que sabía a lo que se refería. -Pero en este caso, no se trata de comportamiento humano, de conductas o de personalidad, se trata de funciones biológico-cerebrales. Hazle esta pregunta a cualquier persona violenta, y te responderá, que se defenderá hasta el último momento, pero pon a cualquier persona en una situación como la que planteas, y se resignará.

-¿Porque al hacer la pregunta responderían una cosa, pero al vivirlo harían otra cosa? -El profesor chasqueó sus dedos.

-Porque a la pregunta contestan con el neocortex, parte cerebral encargada de la razón. Responderán desde el ego, donde todo lo pueden, donde nadie es más que ellos, donde todo lo pueden controlar. -Ahora el profesor levanta el dedo índice derecho y mira Justo Lara con expectativa. -Al vivir el momento planteado, el centro de procesamiento de información queda estancado en el cerebro límbico, parte encargada de las emociones y los instintos. Y la información no logra pasar al neocortex, o pasa muy poca, lo que no permite usar del todo la parte racional. Entonces, hay dos instintos que mueven la vida y el mundo entero: el instinto de reproducción, y el instinto de supervivencia. La vida animal y la vida humana obedecen a ellos con estricta disciplina aunque la mayoría no lo sepa, no lo acepte o lo ignore. Lo que te quiero decir, hijo, es que una persona en esa circunstancia emocional, adopta una conducta dócil de supervivencia intentando alargar su vida al máximo, plazo, posible. -El profesor sonreía excitado y Justo Lara gesticulaba "wao".

-¿Lo puede asegurar? ¿Es un hecho?

-Ni tú ni yo seríamos capaces de someter a alguien a semejante experimento ¿Verdad? -El profesor se carcajeó con ganas, y Justo Lara negó sonriendo con cautela, porque a eso era a lo que iba a dedicar su vida. -Porque solo se podría probar en una situación real. Puedo darlo como hecho porque es una función mecánica que solo podría saltársela alguien con una afección cerebral. Pero podemos basarnos en hechos históricos, asesinos violentos caminando dócilmente a la silla eléctrica, a la horca. Enemigos de guerra poniéndose en fila dócilmente para recibir el disparo de un fusilamiento... Son las mejores pruebas que podemos encontrar.

-"Conducta dócil de supervivencia". -Anotó Justo Lara en su libreta mientras lo pronunciaba. -Somos más mecánicos o automáticos de lo que creemos.

Así era como Justo Lara recolectaba información de cada experto, y luego lo hilaba a su método de transformación social. Una transformación social que nadie encaraba, pero alguien tenía que hacerlo.

Justo Lara tal vez no estaba muy bien de la cabeza, pero lo que quedaba funcional de ella, lo sabía explotar a la perfección. A veces hablaba en declamaciones, como todo un poeta. Se sabe que los poetas tienen como combustible de su fuerza sus ideales, pero debajo de esa fuerza, hay más vulnerabilidad a la tristeza y al dolor. En su momento cedió ante la tristeza y el dolor, no pudo con ello,  y por eso decidió dejar atrás el carapacho de su buen corazón y solo dejó en él la conciencia como un caparazón y una idea como fusil cargado. Por eso era frió y su cara demasiado dura para sonreír con frecuencia.

Al mirarlo, sus seguidores comprendían el mensaje subliminal de sus ojos, que los invitaba a ser valientes y mostrar su verdadera cara;  porque él manejaba la teoría de que la mayoría de las personas no son lo que son, o lo que quieren ser, practican un comportamiento impropio auspiciado por una sociedad frenética que impone tendencias frívolas, arruinando las características únicas de cada persona. Solía asegurar que la mayoría no tiene remedio, pero tenía buen ojo para identificar quien sí, y los reparaba, cambiaba su vida para siempre. Sus discípulos lo seguían y escuchaban como si sus vidas dependieran de él, de cada palabra que dijera, pero muy en el fondo, les inspiraba temor.  

-Los seres humanos tenemos una característica que nos hace los seres vivos más peligrosos y letales de todos los que existen y han existido. Y esto incluye los animales y microorganismos más letales del planeta. –Les hablaba a sus moderadores antes de un nuevo golpe donde capturarían otro delincuente. -Esta característica que voy a identificarles, no es habilidad física, no es tener extremidades con dedos y pulgares, no es nuestra tecnología, ni tampoco nuestra inteligencia. Más bien todo esto son simples herramientas ¿Qué es entonces? ¿Qué nos hace tan peligrosos? ¿Qué hace que sea tan inseguro tratar o convivir con humanos? Es simple, hay animales peligrosos de los que debemos correr o que debemos evitar, y animales inofensivos que podemos hasta domesticar o criar. Los conocemos, su naturaleza está definida, sus respuestas ya no nos pueden sorprender, y sus intenciones son fáciles de identificar ¿Pero cuando vemos un humano? ¿Qué podemos saber? ¿Cuáles son sus intenciones? ¿Querrá ser amigo o enemigo? Si lo saludo ¿Me responderá gentilmente, será agresivo o indiferente? ¿Qué puedo asegurar de él o ella? Nada. ¿Qué puedo calcular de él o ella? Nada. En concreto muy poco. A estas alturas de la ciencia y la tecnología, no existe ni podrá existir una fórmula o método para calcular o predecir con exactitud alguna tendencia, comportamiento o acción, porque todo es circunstancial. ¿Entonces podemos decir que según las circunstancia podríamos calcular algunas reacciones? Sí, y vamos a sacar provecho de ello, pero no en todos los casos se dará igual, y debemos tener mucha precaución. Solo existen probabilidades. Otra vez, casi nada en concreto, porque dentro de las circunstancias habrá un universo en cada individuo, un universo emocional, imposible de predecir. –Justo Lara tomó un sorbo de café. -Somos impredecibles, y esa es nuestra característica más terrorífica e inestable. No tenemos nuestra naturaleza definida. La propia definición de humanidad sigue siendo una incógnita, somos en sí, una incógnita. Un humano que saludes, se puede convertir en tu mejor amigo, en nadie, en un conocido, en alguien que impactará tu vida para bien, o en alguien que impactará tu vida para mal. Puedes conocer a alguien durante años, durante una vida, y aun así, te puede sorprender. La gran mayoría de familias de personas que cometieron actos lamentables, nunca sospecharon que ese familiar con el que crecieron haría tal cosa, como es el caso de los asesinos en serie. Lo peor del caso, es que hay variedades de nuestra especie que se aprovechan de esta característica impredecible para manipular otros humanos, para robarnos, estafarnos, abusar y aprovecharse. Ellos son nuestros objetivos, y haremos que caigan uno por uno, porque nosotros también seremos impredecibles.

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