Elizabeth arribó a su casa, con el corazón destrozado, ingresó a su residencia, fue a la habitación de su hijo, aún dormía, era domingo.
Carlos Gabriel, al sentir la presencia de su madre, abrió los ojos.
—¡Mami! —exclamó el pequeño, abrió sus brazos para abrazarla, ella se acercó a él, lo estrechó entre fuerte hacia su pecho mientras lloraba con el dolor de saber que sus hijos no vivirían con su padre porque él estaba casado con otra mujer y esperaba un bebé con ella. —¿Por qué lloras? —preguntó el pequeño.
—Por nada mi niño —dijo Elizabeth, secándose las lágrimas—. Ve a bañarte para desayunar.
—¿Mi papá va a venir hoy? —averiguó con ilusión el pequeño.
—No lo sé mi amor