Capítulo dos

No es fácil hacerte la dura y como que nada ha pasado ni te puede afectar mientras por dentro estás rota y quisieras solo desaparecer, pero no puedo echarme a la pena y dejar que todos esos malos comentarios me destruyan más de lo que me encuentro. Es injusto que solo me señalen a mí, cuando él es el principal culpable y el deshonesto.

No tuve más opción que ponerme una careta de frialdad y hacerle frente a toda esta situación tan indeseable y fastidiosa, siguiendo con mi vida con la cabeza en lo alto porque no fui yo quien cometió el delito. Aunque mi nombre lo muraran los pasillos de la universidad.

Jana ha sido mi paño de lágrimas, lo que agradezco porque sin ella, sobrellevar toda esta situación sería más difícil.

Hace mucho tiempo no me sentía así de indispuesta e incómoda, pero hacer de oídos sordos es la única salida que tengo a la mano. Todo el trabajo que he hecho es como si no valiera de nada. Los estudiantes e incluso algunos profesores aseguran que, de no ser por mi belleza o porque abrí las piernas con el director, no hubiera llegado a donde hoy me encuentro. Algo que es mentira, porque desde hace dos años y medio educando, me he ganado la experiencia trabajando día a día y siendo mejor.

—Te tengo chisme —susurró Roxanne, apilando varios cuadernos sobre la mesa.

—Si es algo referente a mí, no quiero saber nada.

—No, de eso no. Es sobre el nuevo profesor de física. Dicen que está muy guapo y es extranjero

—soltó una risita—. Hay que ver para creer.

—Genial, me alegro por todas las almas felinas que necesitan de un cuerpo masculino. Si el profesor de física está bueno o no, me importa muy poco.

—¿Y ese humor?

—Disculpa, Roxi, pero han sido días estresantes.

—Entiendo, no es fácil lo que te está pasando con el Sr. Taylor.

—Ni que lo digas. Para más fastidio tengo que verlo todos los días en mi trabajo —resoplé—. Me encantaría renunciar, pero no le daré el gusto. No hice nada malo, solo fui una estúpida.

—No te tires tan duro tú misma...

La campana sonó, cortando nuestra conversación y anunciando el inicio de clases. Aunque no sé qué es más tortuoso, tener que ver al culpable de que mi corazón se rompiera o todos esos malos comentarios que llegan a mis oídos.

...***...

Fue un día largo y de m****a. Tuve que soportar comentarios hirientes, burlones y malintencionados para no echar todo a la basura. Además de que estuve huyendo de Connor como si me tratara de una rata. ¿Acaso no le quedó lo suficientemente claro que no quiero saber nada más de él?

Lo amaba, realmente lo quise muchísimo. Siempre fue amable, comprensible, caballeroso y amoroso. No había día que no me demostrara mediante hechos y palabras cuanto me quería, pero todo eso era parte del circo. Su verdad salió a la luz por casualidad, cuando quise darle una sorpresa en su casa y su esposa y un pequeño de cinco años me abrieron la puerta, algo que todavía me cuesta asimilar.

Mi relación con él no era pública, puesto que nos podría traer problemas a los dos, pero todo se fue al garete cuando su esposa le hizo un enorme escándalo, gritando a los cuatro vientos que yo era su amante y una rompe hogares. Temo por mi trabajo, aunque hasta la fecha no me ha solicitado el decano, pero es cuestión de tiempo para que lo haga y me despidan.

En cuanto las clases acabaron, fui directo a mi auto para irme lo más pronto de este lugar, pero una nota entre el parabrisas me hizo detener:

«¿Cuánto? No tienes que fingir que no lo deseas, porque los dos sabemos que sí lo quieres, Miss. Scott. No te hagas de rogar».

Arrugué la hoja entre mis manos, sintiendo la ira y la tristeza gobernar todo mi ser. Es sorprendente lo que algunos seres humanos son capaces de hacer con tal de conseguir lo que quieren. No les importa herir a otros con tal de su satisfacción propia.

—Todos estos malditos hormonados no han comprendido que soy profesora de arte, no una prostituta.

—Sus cerebros son tan diminutos que jamás comprenderían algo tan básico como eso.

Esa voz, ese acento...

Me giré hacia el dueño de esa voz y fruncí el ceño al ver a uno de esos dos hombres sexis de hace un par de noches frente a mí. ¿Qué demonios hace aquí y por qué me está mirando de esa manera tan extraña? ¿Acaso me está siguiendo o solo se trata de casualidad?

Lo miré de arriba abajo sin perderme lo bien vestido que se encontraba. Unos pantalones caqui, una camisa blanca moldeada a su enorme y musculoso cuerpo y arremangada hasta sus codos y un gabán negro colgado de su antebrazo derecho, donde mismo llevaba un maletín pequeño. Es sexi, muy sexi. Esa noche no lo vi bien, mis ojos estaban hinchados de lo mucho que había llorado y estaba ciega por la furia debido a esa visita que no esperaba. Por supuesto que no lo vi bien, porque de haberlo hecho, me hubiera derretido allí mismo y las palabras no habrían siquiera salido de mi boca como ahora mismo me está sucediendo.

Sus ojos son grises, pero también verdes. Y es una combinación tan rara y bonita, que simplemente acentúa su belleza. Su cabello castaño cuenta con algunos mechones dorados a contraluz. Sus cejas pobladas y oscuras le dan un toque rebelde y de chico malo, porque su mirada curiosa e intensa intimida bastante. Su boca y su nariz son perfectas. Tiene labios delgados, pero a simple vista se aprecian lo suaves que son.

Relamí mis labios sintiéndolos secos y descendí mi mirada por su cuello, donde una parte de algún tatuaje no reconocido se vislumbra y toda esa masa corporal le hace justicia a su hermoso rostro. Es un hombre muy grande. Aun con mis altos tacones, llego al ras de sus hombros y tengo que levantar la cabeza para mirarlo directamente a los ojos. Seguí recorriendo sus brazos envueltos y apretujados en esa pobre tela y sentí mis mejillas calientes. ¿De dónde diablos salió este monumento de hombre tan exquisito? Connor es guapo, pero no tiene un cuerpo y una carita de dios griego.

—¿Ya terminaste de inspeccionarme o necesitas que me dé vuelta o me quite la ropa para que la completes? —su voz me sacó de mis pensamientos de un tirón y me removí incomoda.

—¿Me estás siguiendo? —pregunté en cambio, ignorando su belleza y su mirada divertida.

—Eso mismo iba a preguntarte, porque no creo que sea casual encontrarnos aquí.

—Trabajo aquí, imbécil.

—¿En serio? —sonrió ladeado, ahora sí dándome justo en el centro y dejándome en jaque—. Parece que las casualidades existen, supongo. Yo también trabajo aquí, de hecho, hoy es mi primer día. Un gusto conocerte formalmente, vecina aguerrida y sexi y nueva compañera, soy Holden Gray. 

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