No recordaba la última vez que había tenido una cita, fueron tan pocas veces, que ya no existían aquellos momentos en mi memoria.
Definitivamente, Gabriel se lució está noche.
Había reservado un crucero con cena en Nueva York, con vista a la estatua de la libertad. La vista era increíble, el ambiente de lujo y la atención digna de una primera cita, no podía esperar menos de Gabriel.
Luego de canar, brindamos con champagne por la primera vez que por fin salía con él después de tantos años de insistir, fingió estar dolido por las incontables veces que fue rechazado por mí desde que volví a casa, pero rápidamente cambió su dramática expresión a una sonrisa auténtica, que me decía en mil idiomas lo feliz que estaba por mi compañía.
No pude evitar reírme por sus ocurrencias, antes de tomar el primer trago de champagne.
El silencio reinó por unos segundos, pero no era incómodo, más bien era un momento en el que nos desconectamos del mundo exterior para disfrutar al máximo de la vista, el