CAPÍTULO 23

Helena cayó sobre sus rodillas con un golpe seco, pero no se movió ni un milímetro hasta que sintió la puerta cerrarse. Sacó de los bolsillos de sus pantalones dos paquetes pequeños de galletas destrozadas y los apretó contra su pecho, le importaba poco que estuvieran hechas añicos, al menos era algo para comer hasta el día siguiente.

Sin embargo fue poco lo que pudo ingerir sin devolverlo. No había cosa que se metiera en la boca que no vomitara a los pocos segundos.

«Probablemente son los nervios», se dijo.

Tenía suerte de no estar completamente en shock después del episodio de los perros.

Los perros… los malditos animales habían comido más que ella ese día. Marco sólo quería humillarla, ella hubiera podido cocinar como Ferrán Adriá y él igual habría tirado su comida.

Esa noche apenas

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