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Victoria.

Mis manos acariciaron su cabello cortado casi a ras, tanto, que ni siquiera podía tirarle del pelo, y se me apetecía demasiado, en ese momento, mientras él se alimentaba de mi sexo ahí abajo, de rodillas.

Era cómo un animal, gemía y hacía ruidos varios, poniéndome incluso más de lo que ya estaba. Mi cuerpo se expandió y se contrajo al mismo tiempo, como si miles de puntillas se me clavasen en las extremidades y produjesen sensaciones dispersas. Por un momento era cómo si mi espíritu hubiese salido de mi cuerpo y estuviese allí, a nuestro alrededor, flotando.

¡Dios!

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