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Victoria

Todo comenzó una soleada tarde de diciembre, al bajar del autobús que me devolvía a la ciudad de Denver, Colorado, ese hermoso lugar que me vio nacer hacía ya veinticinco años, rodeado por frondosas cordilleras y espesos bosques silenciosos.

Después de haberme ganado la vida como cantante en las Vegas, volvía a casa, tras haber perdido el trabajo. La culpa fue de Janet, una mala amiga que me traicionó y se quedó con el puesto. No volvería a confiar en cualquiera, eso lo tenía muy claro.

Mi padre tenía un bar de moteros a las afueras. Mi relación con él no era buena, no después de que gastase todo nuestro dinero en el juego, incluso el que había ahorrado para la universidad. Así fue como me marché de casa, con tan sólo dieciocho años y decidí probar suerte en Las Vegas, como cantante. Me fue bien, a pesar de que fue un camino duro. Tenía un don para cantar, eso opinaba la mayoría, aunque mi verdadera vocación siempre fue el dibujo artístico.

Mi madre murió al darme a luz, así que nunca la conocí, aunque los que sí lo hacían siempre contaban maravillas sobre ella... mi progenitor siempre se negó a hacerlo, la añoraba demasiado, y solía llorar a diario cuando yo era una niña. Se suponía que el amor que mis padres se profesaban era admirable, fue una gran tragedia lo que sucedió, pero la vida sigue... aunque... él no lo veía así, se refugió en el juego, en las apuestas, obsesionado con darme un futuro mejor, llenar el vacío que mi madre había dejado. Consiguió justo lo contrario, pues ya no sólo tenía la carencia de una madre, sino también la suya.

Con el tiempo aprendí a vivir con ello, a pesar de que fue duro, me hice a la idea que mi padre era así, y no podía cambiarlo. Nuestra relación se volvió incluso más difícil. Él nunca estaba, me crie prácticamente sola y con las vecinas con las que papá solía dejarme cuando se iba a explotar sus vicios.

Esa situación no me desestructuró como a otras personas, me volvió más fuerte, autodidacta y luchadora. Aprender a hacer todas las cosas por mí misma, sin depender de nadie.

Esa zona de la ciudad en la que vivíamos no era un buen barrio, había delincuentes por todas partes, era el pan de cada día. Así que estaba acostumbrada a ese tipo de situaciones, no era algo que me cogiese por sorpresa. Pero... aquel día lo hizo.

Caminaba por la larga avenida de tiendas que terminaba en el descampado de las afueras donde se encontraba el bar de papá, observando todo a mi alrededor. Había más color en los escaparates, la gente lucía feliz y despreocupada, y no había ni un solo vagabundo o algún maleante con ganas de delinquir. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿a dónde fueron los carteristas?

Me detuve a mirar hacia un tipo con malas pintas frente al estanco de Annie, fumaba un cigarro sin quitar ojo de cada persona que paseaba por la calle, como si estuviese vigilando algo. El hombre en cuestión llamó mi atención, parecía un gánster.

La adorable Annie salió de la tienda, lucía molesta, con una bolsa de papel en la mano, cediéndosela a ese tipo, mientras este la aceptaba con una sonrisa de oreja a oreja.

- Dile a tu jefe que no venga más – pidió ella – he captado el mensaje.

El hombre ni siquiera la miró, echó a andar calle abajo hasta detenerse frente a un todo terreno negro con los cristales tintados, entrando después en ella. Mientras Annie limpiaba sus temblorosas manos en su delantal antes de levantar la vista y quedárseme mirando. A medida que me reconocía su rostro se iba calmando y una sonrisa de oreja a oreja se reflejaba en él.

- ¡Victoria! – se asombró, mientras yo le devolvía la sonrisa y acortaba las distancias entre ambos. Su abrazo no se hizo esperar y me supo a gloria. La había añorado, su olor a tabaco de liar me hacía sentir en casa – Oh niña, ¿cuándo has llegado? – abrí la boca dispuesta a explicárselo – Pero no te quedes ahí, entra – me hizo una señal con la mano invitándome a entrar en su tienda, y lo hice, arrastrando la maleta.

La tienda estaba tal y como recordaba, seguía vendiendo armas de fuego en una zona de la tienda, otra estaba destinada al tabaco y la tercera para útiles de pesca. Fue justo esas vitrinas las que llamaron mi atención, pues estaban rotas, y había miles de cristales en el suelo.

- ¿Qué ha pasado aquí? – quise saber, mirando hacia ella, preocupada de que se hubiese hecho daño. Negó con la cabeza, algo decaída, pensando en la tragedia de hacía un momento.

- Hay un nuevo Sherift en la ciudad – Sabía lo que eso quería decir, no se estaba refiriendo a un agente de la ley, si no ... todo lo contrario – nos ofrece protección a cambio de excesivos costos... - abrí la boca para quejarme al respecto, pero ella se me adelantó - ... si no pagas los intereses que sube todos los meses...

- ¿Es en serio? – me quejé, sin dar crédito - ¿Ese hijo de puta ha causado todo esto? – se preocupó al respecto, agarrándome de las manos para que me calmase. Ella me conocía bien, detesto las injusticias, y siempre me meto en medio cuando las veo. Eso me ha causado muchos dolores de cabeza a lo largo de mi vida.

- No quiero que hagas nada – suplicó, negando con la cabeza – el señor Toro es un tipo peligroso, no es cómo cuando nos defendías de los carteristas a los dieciséis años, Victoria. Bueno, cuéntame, ¿tu padre sabía que venías? – lo averiguó por mi rostro, y sonrió, emocionada, olvidándose de sus pesares – va a ponerse eufórico cuando te vea.

- ¿Qué dice Charlie? – indagué, sin querer hablar de mis dramas aún – Sobre todo este asunto, estoy segura de que ...

- Nos dejó hace unos años – aseguró. Eso me sorprendió demasiado, siempre pensé que el párroco del barrio aguantaría allí toda la vida. Fue muy cascarrabias, pero con buenas palabras para sus convecinos – Olvídate de hacer algo – ella me conocía bien – estos tipos no dudan en usar la fuerza cuando no obtienen las respuestas esperadas. Son peligrosos.

- ¿Y mi padre? – quería buscar cualquier fleco del que tirar para tener una razón para inmiscuirme en aquel asunto. No estaba dispuesta a aceptar que un capullo extorsionase a los vecinos, así como así.

- Tu padre les debe dinero – eso me sorprendió demasiado, no esperé que mi padre siguiese haciendo de las suyas. Aunque pedir préstamos a tipos peligrosos ... eso era demasiado osado, incluso para él – incluso hay rumores de que hipotecó la casa y el bar - ¡Dios! Aquello era peor de lo que esperaba – No te metas con el señor Toro. Es el mismísimo demonio personificado, Victoria.

Mucho más enfadada de lo que había llegado me marché a ver a mi padre. Estaba terriblemente molesta con él. ¿Cómo se le había ocurrido perder la casa y el bar en las apuestas? Peor aún... ¿cómo se había atrevido a pedir dinero prestado a un tipo como ese? ¿Acaso no sabía lo peligroso que era?

A medida que avanzaba arrastrando mi maleta por el lugar, me daba cuenta de la gravedad del asunto, la gente caminaba por las calles despreocupada, sin temor a ser robada, pues ya no había peligros, pero ... ¿a qué precio?

Pensé en las palabras de Annie: "Es un tipo peligroso, el hijo de un narcotraficante, da miedo por todos los tatuajes que tiene en la piel, mató a un tipo clavándole un lápiz en el ojo, suele frecuentar el burdel de Cindy, nadie se ha atrevido a plantarle cara, ..."

Dejé atrás la avenida principal y ladeé la cabeza para mirar hacia el bosque, ese en el que solía perderme cuando era niña, me gustaba demasiado el silencio, sentarme a dibujar en la hierba y captarlo todo en mi cuaderno con un lápiz. Tenía un aspecto hermoso... ¡Dios! ¡Cuánto lo había añorado! Miré hacia la izquierda, observando el antro de perversión de papá. Y me preparé para lo que se avecinaba.

- Está cerrado aún – dijo su voz en cuanto atravesé la puerta – aún queda más de una hora para que abramos.

- Hola, papá – saludé. Dejó de ordenar los vasos en los estantes de abajo y se giró a mirarme, quedándose perplejo. Estaba serio, demasiado, quizás no había sido una buena idea ir allí. Bajé la vista, justo cuando sonrió de oreja a oreja. Abandonó la barra y se acercó.

- Victoria... - susurró. Me preparé para volver a encararle, pero entonces hizo algo que no había hecho en mucho tiempo, ni siquiera lo hizo cuando aún me encontraba allí. Me abrazó – Oh, hija, ¡cuánto me alegro de que estés aquí!

- ¿Te alegras? – pregunté, con incredulidad. Lo cierto es que nosotros no acabamos muy bien cuando me marché de casa.

- Quise ir a buscarte cuando te fuiste – empezó – todas esas cosas que dije... me arrepiento tanto de haberlas dicho...

- Ahora eso está en el pasado – le calmé, indicándole que no le guardaba rencor – he vuelto para quedarme, papá.

- ¿Por qué? – se sorprendió – Tenía entendido que te iba muy bien en las Vegas...

- Las cosas no han ido bien. He perdido el trabajo.

- Bueno, bueno, seguro que encuentras otro pronto – aseguró, agarrando mi maleta para conducirla a la planta de arriba, justo dónde vivíamos – mi hija la artista tiene mucho talento – sonreí. No quería hablar sobre la oportunidad que perdí, siempre quise estudiar bellas artes en la ciudad, pero no pude hacerlo debido a que él gastó el dinero en las apuestas. A pesar de eso, intenté abrirme paso en el mundo del espectáculo, cantando. Y me fue bien durante mucho tiempo, es sólo que a veces añoraba dibujar – Te quedarás en tu antigua habitación, todo está tal y como lo dejaste – tenía razón, todo seguía decorado de la misma forma, y las paredes con ese mural que dibujé en el papel gris.

- ¿Cómo van las cosas por aquí? Annie me ha contado que hay un nuevo capullo en la ciudad – él no contestó, sólo carraspeó, molesto. Odiaba cuando hablaba así, sin pelos en la lengua. Era algo que había heredado de mi madre.

- El señor Toro cuida de los intereses de sus vecinos – rompí a reír, me parecía una broma que estuviese defendiéndole de esa manera - ¿me ayudarás con el servicio de esta noche? – quiso saber.

- No, acabo de llegar, quizás mañana – asintió, sin opinar al respecto.

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