Magia

“Qué difícil intentar salir ilesos de esta magia en la que nos hayamos presos.”

Joaquín Sabina

Ella coloca la dirección en el GPS, se recuesta del sillón y se abstrae en sus pensamientos. Mario la observa de vez en cuando, sin despegar la vista de la carretera. El lugar a donde se dirigen, lo lleva hasta la autopista. Ahora es él, quien comienza a preocuparse hacia donde van.

—María, ¿Hacia dónde vamos?

—Tranquilo Mario, no te pienso secuestrae ¿o sí?

Él la mira sorprendido por su respuesta. El GPS indica que en pocos kilómetros estarán llegando al lugar. La carretera de tierra es algo incómoda, por suerte su Aston Martin vantage V12, le permite maniobrar por el rústico y polvoriento camino. A lo lejos ve una pequeña cabaña rodeada de árboles y un pequeño riachuelo.

—¿No pensarás asesinarme y ocultar mi cadáver en ese lugar?

Ella lo mira, hace una mueca:

—¡Rayos me descubriste! —le guiña un ojo.— baja, ven para que conozcas mi lugar favorito.

Él sonríe y se deja llevar por la aventura que ha sido el día de hoy desde que amaneció. Ella le estira la mano para sujetarse de él y descienden hasta la cabaña, ella saca la llave y abre, sacude las telarañas.

—Pasa Mario, no vive aquí el lobo de la caperucita.

—¿Quién vive en este lugar?

—Aquí vivían mis padres y yo, cuando era pequeña.

—¿Cómo se llama este lugar?

—Estamos en “Los condones”

Mario abre sus ojos, creyendo que es otra broma de su agradable y hermosa compañera de aventuras.

—¿Bromeas, cierto?

—No quieres entender, no miento.

—O sea qué… si tienes pensado asesinarla.

—¡Jajajajajaja! No tonto. Eso sí es broma.

—Pues tendrás que ponerme leyenda o avisos tipo Modo: Broma, Modo: Verdad.

—Se llama así porque normalmente las parejas venían y tenían sexo, ocultándose entre los árboles. Y generalmente se encontraban paquetes vacíos de preservativos o los propios condones usados.

—Ah, muy interesante —comenta mostrando curiosidad en aquella historia pueblerina.

—Necesitaba venir aquí, pero a veces no tengo tiempo. Es complicado si no vienes en auto. Aunque el bus pasa a un kilómetro de la entrada, luego hay que caminar hasta aquí. Pero no te traje como taxi, te traje porque hay un lugar muy hermoso que quiero mostrarte ¿Me acompañas?

Ella extiende su mano, él la toma y un corrientazo le estremece el alma.

Caminan fuera de la cabaña. A pocos metros se ve un hermoso y cristalino riachuelo. Ella sin mucho decir, se saca los botines, se enrolla los ruedos y camina dentro del río. Él la sigue sin preguntar, sería una pérdida de tiempo hacerlo. Ella es misteriosamente mágica.

Luego de cruzar el río que es bastante bajo, se puede encontrar una pequeña caverna, dentro el sonido es imperceptible, afuera se escuchan los animales que habitan el lugar. Dentro se siente una temperatura algo fría.

Ella se dirige a donde está una piedra grande, allí se sienta. Él hace lo mismo, se sienta a su lado.

—¿Y ahora que prosigue? Mi encantadora hada —el eco de su voz se expande por el lugar.

Ella le hace señas con el dedo para que guarde silencio. Mario permanece callado y el silencio aturdidor lo mantiene ansioso.

Decide volver a preguntarle, en un tono más bajo:

—¿Qué ocurre? —murmura él.

Ella está vez coloca su dedo en los labios de él.

—¡Shhhhh! —repite ella.

Al sentir la humedad de sus labios, ella siente su cuerpo encenderse desde adentro.

Sus dedo se desliza por su pecho, y ella le hace señas de que escuche su corazón.

Él siente su corazón agitarse con su roce y sin poder contenerse, se aproxima y la besa. Ella abre los ojos mientras siente sus labios, atrapando los suyos. Se deja seducir por ellos y accede a ese beso, sin poner resistencia alguna.

Dicen que los besos robados saben a gloria y que una vez que los roban, el ladrón quedará endeudado con su víctima hasta que esta pueda robarle el beso y recuperar su tesoro. De aquí proviene el dicho, que ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón.

Luego de ese intenso beso, ambos se miran, sus rostros se reflejan en el brillo de los ojos del otro. Pareciera un embrujo de los dioses que habitan el lugar.

—¿Qué fue eso? —pregunta ella.

—No lo sé, pero no pude evitar hacerlo. Desde que te vi esta mañana, sentí que quería besarte. Yo no soy de creer en eso de amor a primera vista, ni siquiera a segunda o tercera. Es como si te debiera algo.

—Pues ahora me debes un beso —responde ella, cruzándose de brazos.

—Sí de besarte se trata, no tengo problemas en ser el más reconocido de los ladrones del mundo.

—Mario…

—María…

No dicen nada más, pues sus labios vuelven a apoderarse de la escena. Esta vez hay dos nuevos protagonistas, sus manos y sus cuerpos. Él la sujeta por la cintura, ella se aferra a su cuello, se aproximan cada vez más como las fuerzas de atracción de un imán que en un campo magnético los une; que aunque deben huir, realmente lo que desean es estar juntos.

Él la va haciendo recostarse e inclinarse hacia atrás, mientras su mano, se cuela en la entrepierna de ella y sus dedos acariciar sus muslos y uno de sus dedos roza adrede el punto central de su vértice.

Un gemido se escapa de sus labios:

—¡Ah, ahh, ahhhh! —se repite como un eco prolongando su placer al sentir su contactos.

Mario aprovecha esa señal para brindarle algo más de placer, pero justo en el momento que su mano, intenta bajar la cremallera…

—¡Stop! Detente, me vas a excitar y ¿luego?

—Pues hacemos lo propio.

—¿Follar, transar, coger, fornicar?

—Oh por Dios María, ¿por qué ponerle un verbo tan fuerte a esto?

—Porque es eso ¿no?

La sinceridad de ella es abrumadora, eso lo petrifica momentáneamente.

—¡Discúlpame sí! No quiero que pienses que aprovecho esta situación, porque… realmente, sí deseo aprovecharme de esta situación. —él suelta otra carcajada.

—Eres un tonto, Mario —lo empuja de encima de ella.

—Mejor regresemos, es muy tentador estar aquí contigo. Solos, tú y yo, el silencio, el frío y mis ganas.

Ella asiente, él se baja de la roca y extiende sus brazos, ella se sujeta de él y se desliza, por un momento ella parece tambalearse y él la sujeta con fuerza.

—¿Te sientes bien? —pregunta él asustado.

—Creo que me marié.

Mario, la sostiene mientras ella, se recupera entre sus brazos, el calor de sus cuerpos evidencia que pronto puede haber un incendio carnal.

Ella se ciñe a su pecho y escucha los latidos acelerados de su corazón.

—¿Asustado o excitado? —pregunta en su tan peculiar manera de decir las cosas, sin filtros y a rompe, como dirían en argot popular.

—Ambas creo… —sonrié y hace una pausa— Voy a tener que llevarte a un chequeo médico, no es normal que te marees así, sin motivo— agrega con preocupación evidente en su rostro y en el tono de su voz.

—Tal vez, fue el golpe que me dí está mañana.

—¿Te pregunté si te sentías bien?

—Y me sentí bien, sólo que mientras subía las escaleras y luego ahorita, me he sentido mal un par de veces.

—Regresemos entonces, te llevaré a la clínica.

—¿Sabes? Cuando me besaste, me sentí mejor, ¿será que puedes hacerlo nuevamente?

Él no puede dejar de sonreír con su franqueza, la toma entre sus brazos y la besa con ternura, con pasión, con deseo. Es uno de esos besos irrepetibles que surpresa se recuerdan porque además de ser especiales, tienen efectos colaterales en sus sexos.

Ella se aferra a su cuello y las manos de él, bajan por su espalda y su cintura, para luego reposar en sus glúteos redondos y prominentes. Las de ella, se deslizan por si amplia espalda y luego acarician sus pectorales. Él es quien jadea ahora con ese roce.

—¡María, te deseo!

—Mario, huyamos. No quiero que me anotes en la lista de tus chicas fáciles. Y no porque no desee coger contigo, sino porque mis pies se están congelando con el frío y porque este es un lugar sagrado para mí.

—¿Sagrado?

—Sí, este lugar fue mi refugio las veces que debía huir de los gritos de papá o del llanto de mamá o de las voces que me aturdían en mi niñez. Aquí todo era silencio y paz, para mí.

—¡Wow! Lamento que hayas tenido que vivir esas situaciones. Yo también tengo un lugar especial. Tal vez, algún día te lleve.

—¿Eso significa que nos volveremos a ver?

—¿Dudas que así sea?

—Un poco, la verdad es que luego de decir no a algo como lo que acaba de pasar, muchos ya ni te escriben.

—Tal vez, fui uno de esos en algún momento de mi vida, y no te puedo asegurar que no lo piense en un rato, pero por ahora, sólo deseo seguir contemplando tu sonrisa y esa franqueza que aunque me desquicia, también me derrite. Vamos, debo llevarte a la clínica.

Regresan a la cabaña, ella cierra la puerta con el candado. Suben al auto, ella se abstrae nuevamente en sus pensamientos y él a ratos la mira, cada vez que puede. Nunca se sintió tan acompañado aún cuando ella parece ausente.

—¿Puedo poner algo de música? —le pregunta él.

—Claro. Yo puedo hacerlo, para que manejes con calma. ¿Qué deseas rock, pop?

—Hoy eres tú quien dirige el día, pon lo que se te antoje.

Ella piensa unos segundos, marca en el navegador del panel computarizado, escribe y pulsa el play. Comienza a sonar el tema musical y ella a cantar:

Help me make it last/Love me spare the moment/Good things go so fast

Mario la mira de reojos. Y comienza junto a ella a cantar el coro de aquel tema de Paul Anka, que para él tiene un significado muy especial, su madre siempre lo cantaba:

Love, love, love/We found love/Together In each other/We found love

Mario acelera y conduce con rapidez sin quitarle atención a la cinetosis de María. Aunque no desea alarmarse, ni angustiarla, prefiere confirmar que todo esté bien.

Llegan a la clínica, él pide hablar con su médico de cabecera.

—¿El Dr. Campos, está? —pregunta Mario a la mujer detrás del mostrador.

—Sí, señor Torres, él está en consulta. ¿Tiene cita para hoy?

—¡No! Por favor, dígale que es una emergencia y necesito que me atienda.

—Siéntese y en seguida le hago pasar —le indicó la asistente.

—Gracias Mandy.

La mujer asiente, toma el teléfono, conversa con el doctor. Sale del consultorio el paciente que está siendo atendido, y a pesar de que tiene dos pacientes más en espera, ella lo hace pasar acompañado de María.

—Buenas tardes Dr. Campos ¿Cómo está?

—Mi querido Mario, ¿qué te trae por aquí?

—Ella es María, sin querer la atropellé está mañana con mi auto y desde entonces ha estado teniendo mareos.

—Bueno, entonces déjame con esta chica guapa y esperas afuera mientras la reviso, vale.

—¡Gracias!

Él sale, se sienta en las sillas de espera, mueve sus piernas de forma incontrolable, mientras el doctor realiza el chequeo de María. Su corazón está agitado. A su mente, viene aquel día de desesperación, cuando llegó al consultorio del Dr. Campos con su madre en brazos, aún recuerda su agonía por aquel dolor tan fuerte que la hacía desvanecerse.

Un tumor en el lóbulo occipital se había formado por un coágulo de sangre después del golpe que recibió con el cojín del auto cuando Luis, su padre, se estrelló contra un poste de luz; él murió instantaneamente y su madre había quedado mal herida. Aquella idea lo aterra, no quiere ser el causante de algún daño en María, por su bendita costumbre de atender a sus clientes, mientras conduce.

Minutos después María sale del consultorio. Él va a su encuentro y la sostiene hasta que ella se sienta.

—El doctor, necesita hablarte.

—Bien, espérame acá, sin moverte. Ya regreso —le dice, y le da un beso en la frente.

Entra al consultorio.

—Dime Carlos ¿Cómo está?

—Tranquilo Mario, debes calmarte. Necesito que le hagas estos exámenes y luego me la vuelvas a traer —le dice, entregándole el papel con los exámenes que debe hacerle.

Aquello es un gatillo mental, que se dispara en su cabeza “T.A.C craneal, RX craneal, Resonancia Magnética intracraneal.

—¿Va a estar bien?

—Esperemos que sí. Hazle lo más pronto los exámenes y tráeme los resultados cuanto antes.

—¡Gracias! —estrecha la mano del médico y sale del consultorio.

—María creo que voy a tener que secuestrarte desde hoy. El doctor manda a hacerte estos exámenes urgentemente y a que guardes reposo. Sé que vives sola y es muy peligroso que bajes o subas las escaleras sola. Te irás conmigo a mi casa.

Ella asiente. Mario se despide de la asistente del doctor. Toma a María rodeando su espalda con su brazo. Entran al ascensor. Bajan hasta el primer piso. Salen al estacionamiento. Suben al auto y él conduce hasta su casa.

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