Me sentía nerviosa y con un nudo en el estómago al imaginar mi encuentro con Luis José. Esta vez sería diferente: estaba dispuesta a luchar por su amor y, sobre todo, a asegurar que mi hijo creciera junto a su verdadero padre.
Ya en la clínica, me dirigí al consultorio de Luis José. La sorpresa que le tenía preparada no se la imaginaba. Sin anunciar mi presencia, abrí la puerta y me quedé sin aliento al encontrarme la peor escena que pudieron ver mis ojos. Luis José y mi hermana Abril, estaban envueltos en una pasión prohibida sobre el escritorio. El mundo se desmoronó a mi alrededor, destruyendo todas las esperanzas que había puesto de nuevo en salvar esta relación.
Luis José, lleno de vergüenza, fue el primero en reaccionar al verme:
—¡Santo cielos, Ana Paula! Esto no debió pasar.
Abril, me miró con cinismo, y su expresión denotando burla y satisfacción. En ese momento comprendí que yo era la que sobraba en esa ecuación.
Con el corazón roto y todas mis esperanzas destrozadas,