Punto de vista de Adrián
—Haz lo que quieras, pero recuerda, una vez que termine de usarte, te dejará, Sofía, y entonces no volveré a aceptar a una mujer usada como tú en mi vida.
Las palabras salieron de mis labios como veneno, impregnadas de ira y amargura, cada sílaba golpeando con cruel precisión. Incluso mientras las decía, una parte de mí se estremeció al notar lo duras que sonaban, cuánto la herirían, pero la otra parte —la controlada por la rabia y los celos— no le importaba.
Sin decir nada más, salí furioso de la casa, azotando la puerta tras de mí con tanta fuerza que las paredes parecieron temblar. Mi corazón latía violentamente en mi pecho, y mi respiración se volvió entrecortada mientras luchaba por contener la marea de emociones que amenazaba con ahogarme.
Sofía. Mi Sofía. Mi esposa.
Ella permaneció allí, inmóvil, viéndome marchar. Había algo indescifrable en su expresión... ¿dolor? ¿Rabia? ¿Indiferencia? No estaba seguro. Me obligué a apartar la mirada, a no ver la devas