Siguiendo el protocolo que la jefa de mayordomos le había enseñado esa mañana, Laura extendió su vestido y se arrodilló.
Luego, con las manos ligeramente entrelazadas frente al pecho, hizo una profunda reverencia al rey y la reina.
—Saludo a mi padre rey y mi madre reina.
Era la primera vez que Laura los llamaba así, pero aún no podía levantarse después del saludo.
Debía esperar a que se completara el resto del protocolo. El rey y la reina, sentados en sus tronos, miraban con cariño a su hija.
—Dari, eres el tesoro amado de tu padre rey y tu madre reina. Es una bendición del cielo que hayas llegado a nosotros—dijo el rey.
—Ahora que eres mayor de edad y has crecido tan bien, tu padre está muy orgulloso. A partir de hoy, serás oficialmente nuestra preciada princesa de Corandia. Pero como princesa, también tienes tus propias responsabilidades...
El rey hizo un gesto y el oficial con la bandeja del pergamino y el sello dio un paso adelante. El rey tomó el pergamino y continuó:
—El condado