La celebración pasó y el tiempo también. Habían pasado un par de semanas desde lo ocurrido en la batalla y desde que las noticias se extendieron por lo largo de todos los reinos.
Los enemigos de Agusto que habían logrado escapar, se refugiaron en su reino principal de Krimea como era de esperarse.
Ahí lloraron y lamentaron su ambición y movimientos acelerados que hubieran funcionado como el plan perfecto sin la intervención del campesino Job y su atención en el caso.
Se refugiaron tras los muros sintiéndose seguros pero sabían que esa seguridad no duraría demasiado. Tardé o temprano recibirían en casa a los enemigos que habían despertado.
—¿Qué debemos hacer ahora?—El tío menor de Agusto conversaba con sus consejeros.—Dijeron que en ese plan no había margen de error y todo salió mal.
—Así era mi señor. No sabemos cómo se dieron cuenta de nuestra operación.—Sus consejeros vestían con una túnica blanca y un sombrero de este mismo color.—Incluso preguntamos varias veces a los espíritus a