La alarma sonó al lado de su cama y Adhara se apresuró en apagarla para no despertar a su esposo.
Oliver dormía.
Lo contempló por un segundo, antes de correr las sabanas y ponerse en pie con rumbo a la cocina.
Ese día tenía la intención de hacer un desayuno especial. Era el cumpleaños de su esposo.
Salió al pasillo y miró la habitación que se encontraba a dos puertas de la suya, abrió con cuidado y observó al pequeño Tomás dormido.
—Tomi, es hora —le anunció, sacudiéndolo con delicadeza. Necesitaba despertarlo porque aquella sorpresa la habían planeado juntos.
El niño de diez años abrió los ojos lentamente, somnoliento, enfocó entonces a su madre adoptiva y luego a su alrededor, tratando de orientarse.
—Mamá —dijo él con una vocecita ronca.
Todavía se estaba adaptando a llamarla de esa forma, se notaba que le costaba un poco. Después de todo, ella no era su verdadera madre. Su madre era Greta, quien fue otra víctima de los planes malvados de Gustavo Sidorov e Irina Volkov.
Oliver le ha