—¡Serenia Burgot, te estoy hablando! —volvió el Rey a levantar su voz.
Finalmente, la Reina detuvo sus pasos a mitad de los escalones.
Ella volteó a ver, sus hermosos ojos dorados clavándose fríamente en ese gobernante pelirrojo.
—¿Ya piensas castigarme? —dijo ella, el tono de su voz gélido—. ¿Quieres encerrarme porque te avergoncé frente a tus invitados? ¡Pues házlo! ¡Pero no regresaré a esa cena!
Bertrand la veía seriamente.
La actitud de su Reina se estaba saliendo de lo normal.
Serenia no era así, aunque tampoco había prestado mucha atención a ella durante cuatro años de matrimonio, sabía que su Reina estaba molesta por algo más que un encierro, celos, o que en la cena esté presente Lady Ruwer, la mujer que él anunció como su reemplazo.
Él comenzó a descender los escalones, acercándose a la mujer de larga cabellera negra ondulada.
Finalmente, se detuvo en el mismo largo escalón donde ella se encontraba. Extendiendo su mano enguantada hacia la mujer extranjera.