Capítulo 8.

Con teléfono en mano mis pensamientos comienzan a hacerme una mala pasada, mis manos tiemblan y de mis ojos no dejan de salir lágrimas. Tengo su número en la pantalla del aparato, pero no me atrevo a macarlo, sin embargo, lo que más deseo en este momento es gritarle en su propia cara que me de una explicación, que me diga por qué me está haciendo esto, por qué a mí, al hombre que no ha hecho más que amarla y protegerla. Es que una cosa es que esté casada con Max, el hombre que confabuló a la muerte mía y de mis amigos, pero una muy diferente, una que nos que separa con una brecha enorme es que ahora, después de todo y sabiéndolo todo, ella le de un hijo. Y es que nunca llegamos a hablar seriamente del tema, siempre entre risas y bromas, pero sé que lo quería, sé que lo anhelaba, anhelaba un hijo de ella y siempre creí que ella quería lo mismo. Que quería ser la madre de mis hijos luego de que todo esto terminase, luego de acabar de todos y al fin ser felices. No entiendo qué cambió, n
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