—Buena chica —dijo, con la voz tan temblorosa como su mano.
—Harper, ¿estás bien? —Yo pregunté.
Ella jadeó y levantó sus ojos hacia los míos. Sus mejillas se pusieron rojas, pero su mano apretó con más fuerza mi camisa. Fue como si de repente se diera cuenta de lo cerca que estábamos, pero no se atr