El día amaneció interesante, la luz penetraba a través de su ventana. Tenía todo el tiempo que quisiera para seguir acostado, solo eran las ocho y media de la mañana de un sábado; pero las voces que escuchó que salían de abajo le hicieron levantarse y bajar a la cocina de donde procedían con solo su pantalón de pijama y un sin mangas blanco. Tenía suerte de no tropezar por las escaleras porque todavía seguía somnoliento y no paraba de frotarse los ojos, se paralizó sorprendido al encontrarse a su padre y a Daniel que se estaban dando la mano.
—No, no, no—dijo frustrado acercándose a ellos—la última vez que estuvisteis de acuerdo me quedé sin niñera.—Porque no lo necesitabas—dijo Daniel tranquilamente. —Hola a ti también hermanito. —Solo tenía nueve años, cualquiera a esa edad lo necesitaría. —Pero aquí estamos y eres un hombre ya.—De acuerdo, ¿y esa vez que es? —dijo cruzándose de brazos.—Se va de viaje—concluyó su padre que parecía más satisfecho.