XXIII

—Sigan corriendo—nos apura Steph, tomando la adelantara.

Después de cruzar unos arbustos y seguir a toda velocidad por un jardín mas cuidado que las plantas de mi madre, estamos llegando a un muro no tan alto que, supongo yo, es el limite del hotel.

—Como haremos para saltar eso, ni Dios lo sabe— les grito, siendo yo la ultima de los cuatro, estoy dando todo de mí. Pero el estar descalza me lo complica todo. Esperen. Admiro mis pies dejando huellas en el cálido césped— ¡Mis zapatos! — me paro de inmediato al darme cuenta de que los olvide en la habitación. Maldita costumbre de pasearme descalza por las mañanas—Debo de regresar.

— ¿Qué? — deja de corr

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