XXVI. Gracias, por todo.
Oh, Zeus,
destruirás lo que con amor construiste.
¿Cuánto temor te puede causar
el buen y entero corazón
de un simple mortal?
Nilah cerró la puerta de su habitación y soltó un hondo suspiro, Níniel al fin había podido dormirse. Se talló el rostro con las manos y se dirigió a un armario, de donde sacó más colchas y pieles para poder abrigar a la muchacha. Había sido una jornada agotadora para ambos. Volvió a su cuarto y con sumo cuidado la cobijó, temiendo despertarla con alguna ligereza. Se quedó parado mirándola dormir, sintiendo paz, sosiego y plenitud al tenerla a su lado y con bienestar. Quería brindarle todos los cuidados a los que, como humana, jamás podría acceder. Y uno de ellos era la tranquilidad.
Después de que Níniel se le desvaneciera encima, retorciéndose de dolor y con lo que parecía una hemorragia, no tardó un segundo en cargarla y meterla a su casa. Ahí, entre quejido