Si regresaba a casa ahora, era como ir directamente al encuentro de su pena y su dolor. Solo sus hijos seguían siendo su única fuente de felicidad en ese momento.
Se giró hacia la puerta de la casa de Michael y lo vio allí, de pie, alto y apuesto, con las manos en los bolsillos y esa mirada que parecía atravesarla.
Encendió el auto, pero su corazón se sentía pesado. Volvió a mirar a Michael y, de repente, apagó el motor. Sin pensarlo dos veces, salió del auto y corrió hacia él, con lágrimas resbalando por sus mejillas.
Michael abrió los brazos y la recibió sin dudarlo. Paola se derrumbó contra su pecho y sollozó, dejando que todo el dolor que había estado guardando se derramara. Michael la abrazó con ternura, acariciándole el cabello suavemente.
—Está bien... —susurró él—. Todo este dolor terminará pronto. Tú mereces todo el amor del mundo, Paola.
Con delicadeza, Michael la llevó al interior de la casa y la ayudó a sentarse suavemente en la cama. Se quedó a su lado, sin alejarse ni un