El cansancio la venció antes de poder resistirse.

Raven cayó en un sueño profundo mientras Darius velaba su cuerpo en silencio, observando las tenues luces rojas que aún palpitaban en las runas gastadas de la cabaña. Afuera, el viento silbaba entre los árboles como una advertencia, pero adentro solo reinaba el silencio… y la espera.

Pero su mente no descansó.

El bosque volvió.

Gris. Muerto. Sin cielo. Sin fin.

Un frío espeso la envolvió desde los pies hasta los labios. Sentía como si caminara sobre cenizas calientes que no dejaban marcas, con el pecho apretado, como si algo invisible le robara el aire.

Y él estaba allí.

El Alfa Sombrío.

Su figura oscura surgió de entre la niebla, caminando con paso lento, pesado, como si el mismo mundo temblara bajo su sombra. Su sola presencia torcía la realidad: los árboles crujían hacia adentro, los sonidos se apagaban, y la niebla se volvía más espesa a cada segundo.

—Bienvenida otra vez, hija de sangre —susurró con una voz que helaba los huesos—.