—¡Déjame entrar! ¿Cómo te atreves a detenerme? —gritó Ava nuevamente, presumiblemente a su secretario.
Pero Mateo no la dejaría pasar, no después de que Sebastián casi lo despidiera la última vez que lo hizo.
El hombre finalmente se movió, se levantó y se dirigió hacia la puerta. Una tormenta se había formado en sus ojos sombríos, la tormenta provenía de la foto que estaba mirando fijamente, pero la persona en la foto no estaba ahí para recibir su furia.
—¿Quién está gritando? —Sebastián abrió la puerta, preguntando en un tono casi suave.
Eso silenció a Ava de manera bastante efectiva. Hizo un puchero, pero no se atrevió a levantar la voz de nuevo. Mateo le hizo un gesto a Sebastián, y Ava aprovechó la oportunidad para escabullirse alrededor de Mateo hacia su esposo.
—¿Le diste mi lugar a ella? —exigió Ava con lágrimas en los ojos.
—¿Qué lugar le di a quién? —Sebastián frunció el ceño, su tono ya impaciente, lo que apagó la pequeña llama de ira de Ava.
—Quiero decir... pensé que yo ib