Las noticias del primer enfrentamiento llegan al castillo temprano en la mañana. —Elyndor y Meridial han logrado repeler el primer ataque —dice el emisario, jadeando aún por la rapidez del viaje—. Han caído muchos enemigos, pero nuestros hombres siguen firmes. Los reyes están bien.Un suspiro colectivo llena la gran sala. La tensión no se disuelve, pero al menos se atenúa.La reina madre asiente con la frente en alto.—Haced que esta noticia llegue al pueblo. Hoy, más que nunca, necesitamos esperanza.En los patios del castillo, el entrenamiento no se detiene. Cada día, más voluntarios llegan a las puertas de la ciudadela, pidiendo armas, pidiendo instrucción. Los soldados veteranos, heridos o demasiado mayores para el frente, se encargan de la instrucción. Lo que comenzó como una preparación simbólica, se ha convertido en una red de defensa sólida y comprometida.Julie camina entre los grupos, observando con atención. Su vestido, sencillo pero limpio, se agita con el viento. Lleva e
Con las noticias recientes, la reina madre se va a dormir un poco más tranquila. Cada segundo del día teme por su hijo, su nuera y por cada persona que está defendiendo el reino en esa guerra, sin embargo, cada batalla ganada es una luz de esperanza.Está agotada. Pronto cae en un sueño profundo. Las antorchas iluminan los pasillos del castillo con una luz suave, oscilante. Los guardias hacen su ronda. Todo parece en calma. Pero bajo esa quietud, algo se mueve.Una sombra se desliza por los corredores, con el sigilo de un fantasma. Viste de negro, la capucha cubre su rostro. En sus manos, un cuchillo curvo, sediento de sangre. Su andar es sigiloso, pero no perfecto.En otra ala del castillo, Felipe de Gálvez despierta de golpe. Algo lo sobresalta. No sabe qué fue. Pero sus oídos, entrenados durante años, captan un sonido. Un roce. Un paso fuera de lugar.Se pone de pie sin hacer ruido, toma su espada de entrenamiento, no es la de guerra, pero está afilada, y sale al pasillo.La sombra
El fuego ruge en el campamento como un corazón latiendo con furia. Es medianoche y la quietud es solo una ilusión. Cada soldado sabe que el enemigo podría atacar en cualquier momento. Cada sombra es una amenaza.En el centro del campamento, Alejandro revisa un nuevo mapa sobre una mesa improvisada. Sus ojos se mueven con rapidez, midiendo rutas, estudiando posibles entradas, puntos vulnerables. Eleonora lo acompaña, de pie a su lado, con las manos apoyadas en la cintura, aún vestida con su armadura de cuero oscuro que resalta su figura esbelta y su fuerza.—No hay manera de enfrentarlos de frente —dice él, marcando un punto con el cuchillo sobre el pergamino—. Pero si conseguimos rodearlos aquí, justo antes de que crucen el paso de Eiran, podríamos cortarle el suministro a la tropa que viene detrás.—Y sembrar el caos entre ellos —completa ella—. Confundirlos. Separarlos.Alejandro la mira de reojo. Eleonora está tensa, pero enfocada. Cada día más guerrera, más reina. Ella sostiene su
El viento ha cambiado.Desde que dejan atrás los últimos riscos del paso de Eiran, Alejandro lo siente. El aire ya no huele a pinos ni a tierra húmeda. Ahora huele a hierro, a sangre anticipada. Hay un hedor sutil que parece emanar de la propia tierra.Esa noche, mientras el campamento de Elyndor duerme con sus centinelas alertas, una niebla espesa comienza a deslizarse entre los árboles. Nadie la ve llegar. Nadie la oye susurrar.Pero pronto, cada antorcha que toca se extingue. Cada caballo resopla nervioso, golpeando los cascos contra el suelo. Un murmullo, como miles de voces lejanas, flota en el viento, susurrando en lenguas olvidadas.Eleonora es la primera en sentirlo.Despierta de golpe, sudorosa bajo su manto de viaje. Su mano instintivamente busca el mango de su espada, aún antes de comprender por qué su corazón late como un tambor de guerra.—Alejandro —susurra, saliendo de su tienda.Él ya está afuera, completamente vestido, espada desenvainada, con la mirada clavada en la
El ejército liderado por Alejandro, Eleonora y los generales de Elyndor y Meridial siguen avanzando. Desean terminar con esta guerra lo antes posible, pero para esto deben acabar con los enemigos que aún no se enfrentan directamente.Pronto se encuentran con varios escuadrones que sin mediar palabra comienzan el ataque.Varias horas de lucha han transcurrido. Los soldados de Elyndor y Meridial, aliados en esta campaña desesperada, luchan codo a codo. Las filas de ambos reinos retroceden lentamente bajo el empuje implacable de los hombres de Borania y Lirven, que parecen inagotables.Eleonora apenas siente los golpes que repelen sus brazos, apenas oye los gritos de los heridos. Su mundo es acero y muerte.Ve a Sir Caden, uno de los mejores capitanes de Meridial, caer atravesado por una lanza negra. Un joven soldado de Elyndor, recibe un golpe brutal que lo deja inconsciente en el lodo.La línea tiembla.—¡No retrocedan! —grita Alejandro— ¡Por Elyndor!Pero los soldados están exhaustos.
Lo que ayer fue un infierno de sangre y acero, hoy es un cementerio silencioso. Los cuerpos que aún respiran se mueven apenas, aferrándose a la vida con la terquedad de los condenados.Eleonora camina entre ellos, con las manos manchadas de barro y sangre, la mirada encendida de determinación.Alejandro la acompaña, sosteniendo vendajes, dando órdenes breves y certeras a los hombres que aún tienen fuerzas para obedecer.—A este... presión en la herida —murmura Eleonora, arrodillándose junto a un soldado que gime, delirante.De su bolsa extrae las ramas que Brígida le entregó antes de partir. Son delgadas, de un verde oscuro, con un aroma fresco que inunda el aire cuando las rompe en dos.Recuerda las instrucciones: mezclarlas con agua limpia, aplicar la savia sobre las heridas.Sin dudar, lo hace.El soldado deja de temblar. Su respiración se estabiliza.—¿Qué es eso? —pregunta Alejandro, observándola.—Remedios de Brígida, me las dió para estos casos —responde Eleonora, sin mirarlo—.
No alcanzan a recuperarse del todo, cuando una nueva batalla ha llegado, y esta vez, no hay tregua ni compasión. El enemigo se lanza sobre las tropas de Elyndor como un torbellino, hambriento de destrucción.Eleonora lucha a su manera, desde el corazón mismo del campo de batalla. Se tira de su caballo para enfrentarse cuerpo a cuerpo con hombres que casi doblan su tamaño, pero su destreza la ayuda a permanecer con vida.En los últimos días, ha estado a punto de desfallecer, porque nada es suficiente, sus ramas sanadoras no alcanzan para todos. Sus palabras de poder no detienen las flechas. Su fe no puede resucitar a los que caen a su alrededor.Cada grito de dolor es una puñalada en su alma.Cada soldado que muere, un peso en su pecho.Alejandro, con espada en mano, defiende su tierra, defiende a su reina, a su amor. Pero incluso él, fuerte como el acero, comienza a sentir el desgaste.El enemigo es demasiado numeroso. Demasiado implacable.Sabe que no debe perder la fe, sin embargo,
El viento sopla fuerte en las llanuras. Las banderas de Elyndor, Caelvar y Thandor ondean como una sola. Tres naciones, ahora unidas bajo un mismo propósito: no solo sobrevivir, sino vencer y conquistar.No basta con resistir. Ahora es el tiempo de avanzar. De tomar lo que el enemigo quiso arrebatarles. Y así, bajo un cielo gris que promete tormenta, el ejército se pone en marcha hacia Borania.Borania, orgullosa y antigua, aguarda tras sus murallas de piedra negra. Sus soldados son fieros. Su rey, un hombre joven pero astuto, no se rinde fácilmente.Cuando los exploradores traen noticias del número y preparación del enemigo, Alejandro escucha en silencio, los labios tensos en una línea sin expresión alguna.Eleonora, a su lado, siente el peso del futuro en sus hombros.—No será fácil —dice Felipe, consultando los mapas extendidos sobre la mesa improvisada—. Están bien armados. Y han recibido refuerzos de Lirven.—No importa —responde Alejandro, con voz firme—. No hemos llegado hasta