Estábamos almorzando con Alfredo. Aún no me se me ocurría ninguna excusa como para deshacerme de él.
De pronto pasó algo horrible.
Mientras servía el postre Alfredo salía al patio a contestar el teléfono. En un principio no le di importancia a aquel hecho tan común y silvestre pero pronto comencé a preocuparme. Sentía que toda esa circunstancia iba a incidir en ese momento pero no me afectó tanto tampoco, puesto que estaba acostumbrada a que mí presencia fuese un brote de malas pasadas, tanto para mí como para quienes me rodeaban.
Pensé que nunca lo iba a superar, por más que lo intentase. Más que un asunto de amor lo era de orgullo; simplemente no soportaba que el susodicho rehiciera su vida. Odiaba verlo feliz sin mí, eso era todo.