Mientras miraba a través de la ventana, Belén vio el rostro arrugado de Doris Cruz iluminado por una sola luz amarilla.
— Por favor, solo soy una anciana. Le suplico que me dejen ir. Juro que, si tuviera dinero, les habría dado algo a todos ustedes — imploró con una expresión lamentable. Un hombre vestido de forma andrajosa estaba parado frente a ella. Belén alcanzó a ver con su visión aguda que su pantalón tenía varios remiendos y junto a él estaba un pequeño niño de unos diez años. Iban vestidos con ropa que estaba igual de andrajosa y sucia, y miraban al adulto con sus grandes y brillantes ojos. El hombre suspiró cansado. — Tampoco pretendo forzarla, señora García, pero en verdad estamos al borde de la desesperación. Estamos en épocas de lluvias y una vez que comience a llover, mi casa se convierte en un lago. ¡Es inevitable! Al escucharlo, Doris buscó en su bolsillo, sacó algo de dinero, se lo en