Capítulo ochenta: Punto crítico.
Mi esposo había desaparecido. Me quedé anonadada. Mi mente no procesaba lo ocurrido y las palabras se me atoraban en la garganta.
―¿Y el paciente? ―preguntó el doctor, inquieto.
Giré sobre mis talones, lentamente, hasta ver al doctor con poca paciencia. Me encontraba desorientada.
―Él.. él no está. Se lo llevaron.
El doctor negó con la cabeza, exasperado y viéndome como si fuera una perdida de tiempo. Chasqueó la lengua. Se dio media vuelta, pero no le solté la mano. Si no fuera porque era un profesional ya me hubiera empujado contra el piso y maldecido.
―Señorita, hubo un tiroteo y varios de mis compañeros resultaron heridos. Nos encontramos con poco personal. Déjeme trabajar.
Se zafó de mi agarre. Comenzó a caminar sin titubeos. Y de pronto, me percaté. Había otra mancha de sangre en el suelo, una más grande y espesa, a pocos metros de donde estaba anteriormente mi esposo.
―El tirador ha desaparecido ―susurré para mí misma.
―¿Cómo? ―habló el doctor, pero no me atreví a v