Punto de Vista de Elara
El sonido me desgarró la garganta de una manera cruda y sin restricciones que resonó en el patio.
—¡CRAC!
Otro golpe.
Mi cuerpo se arqueó violentamente, mis muñecas se tensaron contra las cuerdas. La corteza se clavó en mi mejilla mientras presionaba mi rostro contra el árbol, las lágrimas fluían libremente.
—¡Por favor! —sollozé—. ¡Papá, detente! Me duele, por favor, no puedo...
El cinturón cayó de nuevo.
Y de nuevo.
Y de nuevo.
Cada latigazo enviaba una agonía fresca y ardiente a través de mi piel, el cuero mordiendo profundamente mi carne sin piedad. Mis gritos se volvieron roncos y mi voz se quebró con cada chillido.
El dolor era insoportable. Implacable. Mi cuerpo se sacudía y se retorcía, pero no había escapatoria.
Mi visión se nubló con lágrimas, mis piernas temblaban tan violentamente que apenas podían sostenerme. Mis sollozos eran hipidos, jadeos desesperados, mi pecho se agitaba mientras suplicaba por una misericordia que nunca llegaría.
El cinturón g